La crisis de autoridad
Oder Yemal Santana
Hoy en día, cuando buscamos, en medio de múltiples conceptos filosóficos, sociológicos y jurídicos, razones que expliquen la crisis social que vivimos, un hecho se vuelve a mi juicio irrefutable, y es “la crisis de autoridad”. Todas las autoridades, desde el padre de familia, el maestro, los líderes eclesiásticos, los políticos y los líderes sociales son duramente cuestionados por la sociedad. Esto no es difícil de entender; durante décadas vivimos bajo un régimen sino dictatorial, si fundado en la obediencia y las restricciones, donde la voluntad del presidente era ley, donde todas las instituciones estaban sujetas a éste de manera lineal. Su poder alcanzaba no solo a la política, sino a la educación y a la moral. La propia Iglesia católica aún con sus restricciones era considerada la iglesia nacional, mientras que otras más eran amordazadas, insidiadas y perseguidas, tanto como los adversarios políticos eran vistos como enemigos del estado.
La política de estado era en sí la visión del presidente y su partido, él decía que se debía enseñar, que fe había que profesar y como se debía percibir la ciudadanía. Recientemente, con la ruptura del régimen de partido de Estado, muchas cosas cambiaron más allá de la dirección clasista del gobierno; surgió una nuevo tipo de sociedad; “la sociedad permisiva” fundada en el derecho y las libertades; y no es que la nueva sociedad mexicana fuera ya libre, justa y legal, no, pero al menos aspiracionalmente y en el discurso social, se vio la oportunidad para avanzar uno que dos pasos en ese sentido.
Al paso de algunos años, luego de tantos errores de los gobernantes; luego de tanta hipertrofia moral, de tanto paternalismo y represión, la sociedad apostó a la ley, y cuando esta falló, la autoridad quedó acéfala, la confusión y el descrédito a la norma y a la autoridad se han hecho patentes.
Según un analista, José Antonio Marina, debemos remitirnos a la historia, donde los antiguos romanos percibían la diferencia entre El PODER y AUTORIDAD como la coacción y la obediencia en el primero y la demostración de calidad humana y respeto en el segundo, de hecho, asegura, hoy en día estos valores se siguen aplicando en el caso de aquellas personas que se destacan, como cuando se dice, “Es una autoridad en la medicina”; es decir, que dicho reconocimiento se adquiere por mérito propio y valía.
En nuestro panorama, estos conceptos se han entremezclado creando una confusión tal que suenan a lo mismo, y cuando en esencia se podría resumir como que la autoridad la tienen solo las instituciones como: la iglesia, la escuela, La constitución y otros cuerpos legales, etc. Y quienes dirigen esas instancias ejercen por lo tanto el poder emanado de ellas. El problema radica en que bajo esta lógica, las propias autoridades han desvirtuado la autoridad de las instituciones, reduciéndolas a entes vacíos carentes de valor.
Hoy en día pedir autoridad se ha reducido a pedir “Mano dura”, y eso sólo acrecienta más la perversión del propio concepto, dejando entonces, la figura del poder en manos de los delincuentes que son quienes ejercen la coacción, infunden el temor y hacen sus propias leyes.
Es necesario pues, recuperar el papel de la autoridad, tanto de quienes la ejercen como de las propias instituciones que encarnan lo mejor de la sociedad; pero debe quedar claro que no es por acto de magia como esto debe ocurrir sino por una voluntad social; esto no puede decretarse, debe aprenderse en la casa, la escuela, la iglesia, en la política, en las calles, practicando una cultura de la legalidad, con una conducta cívica y respetuosa, crítica y tolerante, de no ser así, esta lucha por ver en manos de quien está el poder nos llevará a la aniquilación.
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