Carta Abierta a Dizán Vázquez de Jaime García Chávez
Ciudadano Dizán Vázquez:
No me sorprende que al contestar mis críticas te llames a descalificación personal y sostengas que por esa vía pretendo denostar tu manera de pensar.
No es fecunda una polémica fincada en esos cimientos, sobre paja y hojarasca no se edifica nada perdurable, convendrás conmigo. El diálogo es el camino y continuar con rancias prácticas de tomar por contrario a quien no está conmigo, vomitar a los tibios y azotar sin piedad, es trillar un camino que ha dejado tras de sí muchos crímenes. Tomemos la miga de las ideas en conflicto, establezcamos el debate en presencia pública luego de nuestras diferencias expresadas por escrito y compartámoslo a los que nos leen. Es seguro que después de una buena disputa todos ganaremos, también que prevalecerán nuestros perfiles. Como es previsible, cada uno por su parte tratará de poner el énfasis en aquellos aspectos que tiene por esenciales y eso no ha de ser tomado como táctica para derrotar a nadie. Esa visión pugnaz dejémosla fuera, en el entendido que de mi parte no renuncio a un debate más amplio con las limitaciones que has de suponer tenemos ambos.
Te diré que a mí me gusta mucho que mi cuerpo hable aunque sea por medio del hígado, a menudo lo hago con el corazón y también doy oportunidad al cerebro que en tu respuesta dices privilegiar cuando hablas de reflexiones tranquilas y reposadas. Sólo cito tus palabras. Ejerzo además una libertad y sin falaces regodeos, mis críticas son producto de la reflexión, que llevé a concretar, en mi vida cívica, en una iniciativa para que en Chihuahua se legislara, estableciendo los Pactos de Solidaridad, y no pretendo asustar a nadie por preconizar ideas diferentes a las mías, tampoco acusar, sino propiciar el diálogo. Busco persuadir aunque no siempre logre mis mejores propósitos.
Me perturba todo discurso emitido públicamente que incite al odio. Si bien el tuyo me merece respeto, no lo reverencio, porque para ello necesitaría admitir lo que dices y no lo admiro y por eso me llamas visceral. Según mi punto de vista, evocas tiempos idos, viejos, inquisitoriales; a contrapelo de los que se han abierto en el mundo contemporáneo con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en el caso que nos ocupa y en su amplio desarrollo, ha concretado el más grande esfuerzo contra la discriminación, en particular en materia de preferencias sexuales.
Tengo una inclinación y simpatía por la preocupación de la ONU respecto de la homofobia, por los crímenes de odio, por las sentencias de la Corte Interamericana que dicen que la dignidad pasa por el forzoso respeto al libre desarrollo de la personalidad, por el derecho de las personas a ser quienes son, desde lo más profundo de su ser y conciencia. Cuando estuve en tu iglesia me decían que esa es la voz de Dios en nosotros, y nunca ser personas inventadas por otros, con la finalidad de hacer prevalecer la vocación humana por la felicidad, que cuando se busca en pareja como el lugar de encuentro humano, es el sitio para la verdad, el placer, el amor, como bien lo describió un poeta surrealista. Esa relación humana, Dizán, la quieres ver, excluyentemente, bajo el prisma del matrimonio heterosexual, desentendiéndote de una realidad que la sociología ha documentado vastamente.
Tienes derecho a mantener tu opinión y yo la mía, y por encima de ambas te recuerdo que hay un Estado en correlación con una Constitución, que hasta ahora no ha aparecido con la importancia que cobran en nuestro intercambio de opiniones contrastadas. Es justamente a partir de ahí de donde se concluye lo que esperan y merecen los homosexuales de un Estado -mejor dicho, de una república- separado de las iglesias, para la regulación desde una óptica secularizada. En ese marco, las personas homosexuales que no son católicas, lo pongo de ejemplo, pueden no necesitar la aprobación de tu iglesia y, por tanto, no tienen por qué ser sometidas a sus reglas. Las personas homosexuales que profesan el catolicismo tienen también, y lo sabes, la libertad de seguir o no sus dictados. A ti la homosexualidad te parece contraria a la “ley natural”, a mi una consecuencia. No voy a discutir este punto contigo. Nuestros conceptos difieren y sólo cansaríamos a nuestros lectores. En una sociedad democrática pueden vivir y convivir todas las diversas expresiones de la sexualidad que derivan de la naturaleza y un régimen de derechos debe garantizarlo para que permita que cada quien sea lo que es.
Lo cierto es que las y los homosexuales no necesitan permiso de nadie para existir, ni para tener derechos. Éstos les pertenecen en cuanto personas plenas -no las que tú restringes y menoscabas- y esa plenitud está sujeta a la jurisdicción del Estado que previene el derecho a elegir -como a todos- con quién vivir, con quién hacer pareja y familia, con quiénes quieren compartir sus bienes con la protección que la ley garantiza para todos. Las castas y estamentos se acabaron hace mucho.
En otras palabras, hay un principio universal reconocido de que todos los hombres y mujeres son iguales y el tratamiento diferenciado que la misma Constitución y algunas leyes previenen se dan precisamente para potenciar que esa igualdad sea real, no una simple expresión literaria en algún código y los derechos humanos a este respecto siempre buscarán la protección de minorías, para que su simple condición numérica no se convierta en una causa más de su desvalimiento, esto no se llama discriminación sino un trato diferenciado. El argumento mismo de la fe, que sostienes para acequir a una mayor comprensión de la “ley natural”, es discriminatorio porque nos llevaría a pensar que exclusivamente los que tienen esa fe pueden atisbar más a fondo.
El artículo 1 de la Constitución de la República prohíbe toda discriminación motivada por las preferencias sexuales (hetero, homo, lésbico, transgénero…), y el 130 dispone que todos los actos del estado civil de las personas son de la exclusiva competencia de las autoridades administrativas, y de nadie más. Pero no solo, así lo ha sostenido nuestra Suprema Corte por mayoría de 9 a 11 ministros, entre ellos católicos reconocidos, y seguramente se continuará por esa senda en cuanto juicio de amparo se interponga en esta materia. Aquí observo que estás en un error cuando dices que el Congreso de la Unión ha legalizado y “al legalizar facilita su difusión”, un estilo de vida que causa más daños que el azúcar. Te recuerdo que legalizar no es de ninguna manera facilitar o preconizar un estilo de vida. Son los hombre y mujeres en ejercicio de sus libertades y derechos quienes buscan la protección y garantías que las leyes otorgan y tu deseas que esas puerta estén cerradas. Este tema ha llegado a la realidad mexicana a través de una reforma constitucional, congruente con todos los instrumentos que establecen los tratados internacionales en materia de derechos humanos y por la intervención de la Suprema Corte de Justicia y los tribunales federales que han resuelto, acatando los preceptos constitucionales, cuando los quejosos han planteado precisamente casos de discriminación, como los habidos aquí en Chihuahua. Pero el Congreso de la Unión aún no legisla, contrario a lo que dices, en esta materia y debe hacerlo, al igual que muchas entidades federativas, para establecer la posibilidad del matrimonio homosexual.
En la naturaleza hay una enorme diversidad sexual y la humana no es la excepción. La sexualidad y el placer no está condicionada a la reproducción. Su variedad es enorme y encuentra una expresión en la pareja homosexual de hombres o mujeres, también se produce a través de prácticas o rituales que constituyen un arcoiris de posibilidades y no hay por qué buscarle cortapisas cuando se practica con libertad y por adultos. Establecer la posibilidad del matrimonio no es otra cosa que darle todas las consecuencias a la prohibición de toda discriminación. Así lo creo, así lo dispone la Constitución y tutela la SCJN. Por lo demás, hay un amplio sentir mayoritario en toda la república que quiere vivir en un país de libertades, de derechos, practicando los valores de la tolerancia que se constituye en barrera para que no prospere el caldo de cultivo de los crímenes de odio y la homofobia.
Por eso discrepo cuando afirmas en tu carta que no toda discriminación es injusta. Para los derechos humanos, toda discriminación es intrínsecamente injusta; para la Constitución y la Suprema Corte de Justicia toda discriminación también lo es y, en efecto, se permiten diferenciaciones que remedian desventajas de algunas personas para buscar que alcancen la igualdad.
Tienes razón, Dizán: la naturaleza se saldrá siempre con la suya, pero esa naturaleza es diversa, y en la vida personal no puede imperar el criterio de una “mayoría” que imponga sus creencias. Para eso está el Estado y éste ya habló. Por lo demás, la aventura del pensamiento, igualmente diverso, continuará. Nuestro debate puede ser una modesta prueba.
Fraternalmente
Jaime García Chávez 14 Febrero 2014
0 comentarios: