Mandela: aprender a ser humanidad



Ha muerto Nelson Mandela. El mundo entero se estremeció con la noticia y está de luto. Su figura fue central durante la segunda mitad del siglo XX y todo lo que el XXI lleva recorrido.

Su nombre está asociado a la larga lucha por derrotar al racismo, la segregación, el viejo y nuevo colonialismo en el continente africano y en especial en su patria. No pretendo hacer un recuento de su vida, abundan las reseñas y especialmente la frescura de la última etapa de la vida del líder sudafricano cuando consolidó una transformación sustancial de su país reconocida por sus grandes metas en todo el orbe. Más bien esta entrega tiene un sesgo de evocación personal y de recuerdo de los vínculos atados en la juventud con muchos hombres y mujeres que veíamos desde esta región los estragos que causaba en el mundo la negra herencia del colonialismo. Bastaba ver un mapa mundial para ver las franjas de dominación en el mundo e involucrados los grandes países civilizados en la opresión a muchos pueblos del orbe. Lo mismo Francia que España, Portugal que Inglaterra, Holanda o Bélgica, mantuvieron dominaciones sobre vastos territorios del planeta donde, en no pocos casos, se habían brindado cuotas de sangre y apoyos para hacer posible el triunfo de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial.
Sudáfrica fue un caso emblemático. Desde principios del siglo XX su minoría blanca se había independizado de su metrópoli e iniciado un fuerte colonialismo interno despiadadamente segregacionista por su esencia racista. Ahí la lucha no fue por la independencia sino por los plenos derechos para todos, sin exclusión, en particular para los milenarios pobladores de la antigua colonia. No está de más recordar que fue ahí donde el mismo Gandhi sembró por primera vez su generosa semilla, que andando el tiempo abonarían Nelson Mandela y sus seguidores. Aquí en Chihuahua, en la década de los sesenta, siempre procuré adosarle a mis discursos, conferencias o escritos alguna noticia de las luchas que en muchas partes del mundo se libraban contra el flagelo colonialista. Recuerdo a Víctor Orozco sonriendo cuando enumeraba los nombres de muchos líderes negros, cuando hablaba de la negritud, asociando benevolentemente mi color a esas causas. Fueron años en los que frecuentábamos textos de Kwame Nkrumah, el ilustrado libertador de Ghana; de los análisis de Peter Worsley en torno a lo que se llamó el tercer mundo, de Franz Fanon y tantos otros que no tendría caso reseñar aquí.
Pero hubo, para mí, un conjunto de textos de Nelson Mandela que se publicaron inicialmente en Londres en 1965 y luego en México por la editorial Siglo XXI, bajo el título No es fácil el camino de la libertad que me marcaron. En esa época procurábamos encontrar argumentos para nuestras luchas en las obras de Marx, Engels, Lenin, Trotsky y me turbó saber que había pensadores que con mayor sencillez estaban buscando la liberación, que no perdían el tiempo en disputas por la ortodoxia, que le asignaban un papel central a los derechos humanos y que estaban dispuestos a emplear los mecanismos de la desobediencia y la resistencia pasivas para alcanzar sus más altas metas. Pagaban con sus vidas, con la cárcel –Mandela fue condenado a cadena perpetua–, pero aún así cuando escuchaban los discursos de las experiencias en otros países (por ejemplo Argelia) para lograr la independencia y la liberación, jamás se desbarrancaron por el camino de la violencia o las armas. En buena medida Gandhi –y con él Mandela– estaban derrotando la tesis de la revolución violenta, siempre justificada por un discurso premasticado de marxismo-leninismo, y en una época en la que se consideraba la construcción del socialismo como un faro orientador de la humanidad.

Del lado de los adversarios a Mandela el lenguaje ensamblaba muy bien con la denostación. Como nos ha recordado Eduardo Galeano, Nelson Mandela figuraba en la lista de Washington como uno de los terroristas más peligrosos del mundo. La inteligencia, la tenacidad y la congruencia y una larga y fecunda vida, le dieron la oportunidad al gigante sudafricano de demostrar que la fuerza motriz que lo impulsó era tan potente que al lograr sus metas y convertirse en el primer presidente electo democráticamente, tanto que de manera instantánea privó de toda autoridad moral a sus detractores. El mundo había cambiado sustancialmente y no tan sólo el presidente fundador de Sudáfrica era un hombre de color, sino que la misma Norteamérica tenía como presidente a Obama, electo para dos periodos y en un país que, bien mirada su geografía electoral actual, sigue surcada por las diferencias que provocaron la Guerra de Secesión entre el sur esclavista y el norte industrial y democrático al que, dicho sea de paso, Carlos Marx saludó en la persona de Abraham Lincoln.
De aquellos años que evoco me quedó la sugestiva divisa de que necesitamos nuevas ideas con urgencia, porque está claro que si el hombre es el lobo del hombre y puede aprender muy fácil a ser verdugo y practicarlo, también se puede aprender a ser humanidad. Por eso, solitario, en diciembre de hace 29 años publiqué en este mismo periódico el texto titulado Nelson Mandela que ahora reproduzco.

II
“No hay camino fácil hacia la libertad en ninguna parte y muchos de nosotros tendrán que pasar por el valle de la sombra, de la muerte una y otra vez antes de que alcancemos la cumbre de la montaña de nuestros deseos” —Nehru
El gobierno racista de Sudáfrica ha convertido a ese país en una enorme cárcel, que segrega a millones de africanos y asiáticos del mundo, para reducirlos a parias y víctimas de un terrorismo demencial que no se queda atrás del practicado por el nazismo de Hitler. El símbolo de la resistencia a tal ignominioso estado de cosas lo encarna la prisión perpetua a que está sometido el abogado y demócrata revolucionario Nelson Mandela. Hace algunos días las agencias informativas publicaron una fotografía del gran líder, con motivo del inicio de la tercera década de la cadena perpetua a que fue condenado por el régimen segregacionista de Pretoria. Poco se sabe hoy de la lucha librada por Mandela, que electrizó a Sudáfrica durante las décadas de los cincuentas y los sesentas, organizando la lucha contra el neocolonialismo y el racismo extremos impuestos contra la población del sur de África desde el inicio de la dominación colonial, pero sobre todo después de 1910, que la minoría blanca decide implantar una independencia unilateral, que en los hechos para nada tomó en cuenta los intereses de las mayorías nacionales de ese país (africanas en altísimo porcentaje) pues es bueno recordar que una ínfima minoría europea es la que se impone mediante el terrorismo a millones de seres humanos.
Mandela nació en 1918, en una familia real de los transkei, a los 16 años se encontró, como estudiante con la profunda lucha en contra del colonialismo que se daba tanto en su patria como en todo el mundo sojuzgado por las metrópolis imperialistas. Estudió y se graduó como abogado, como procurador legal tomó conciencia de la necesidad de organizar a su pueblo para luchar por la liberación nacional. Esa lucha tiene aún hoy características especiales, pues su adversario es el más poderoso país de África, un estado industrializado a altos niveles, bien provista de armas y apoyado incomparablemente por las potencias capitalistas (Norteamérica, Alemania Federal y Japón).
El gobierno sudafricano experimentó contra Mandela todos los mecanismos de represión imaginables: confinarlo a un territorio, impedirle hablar en público o participar en demostraciones masivas, disolver su organización y la cadena perpetua que hoy soporta con el optimismo que se alimenta y fortalece cuando se está seguro de que el futuro -a pesar de Ios enormes obstáculos- pertenece a los trabajadores, a los campesinos y a todos los que luchan consecuentemente contra la opresión en todas sus variedades o formas. Si hace veinte años los racistas no dictaron la sentencia de muerte contra Mandela fue porque de todo el mundo fluyeron protestas para salvarlo del cadalso. Hoy continúan las luchas que en la década de los cincuentas auspiciaron el Congreso Nacional Africano y el Congreso Indio Sudafricano, a pesar de que a uno de sus más preclaros dirigentes se le mantiene en prisión. Es que en Sudáfrica ha venido madurando una revolución que terminará con la opresión que reduce a la servidumbre y a la esclavitud inhumanas a millones de seres. Sudáfrica, para contar con el apoyo del imperialismo, ha ensanchado mundialmente su influencia, prestando su ayuda criminal a regímenes dictatoriales de todo el mundo, principalmente a los neocoloniales de África.
Mandela es tan grande que contesta al racismo segregacionista con una frase sencilla pero de la cual brota una idea central de la liberación, aquella que condena cualquier exclusivismo. Para Nelson Mandela “Sudáfrica pertenece a todo el que vive en ella, negro o blanco”. Quizás por eso gustaba de la frase de Nehru con la que iniciamos este artículo y seguramente más ahora que antes estará convencido que a la libertad se llega por un camino abrumado por las dificultades, pero que se puede transitar con tenacidad, inteligencia e imaginación. Mandela comparte con su pueblo la prisión, porque antes de sufrirla ya su pueblo estaba sometido a esa condición. No será en vano.
III
Hasta aquí lo que entonces se dijo. Creo que su legado se resume en un fragmento de un poema de Jaime Augusto Shelley, de aquellos tiempos y recogido en Himno a la impaciencia: “Tiendo la mano ahora, / no la azoto, no la empuño, / no la doblo, / tiendo la mano ahora que estoy”.
Nelson Mandela está con nosotros ayer, hoy y siempre.

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