Desobediencia social y represión policiaca


Aquí y ahora/Gerardo Cortinas Murra

La “recuperación del Zócalo” a través de acciones policiacas es un tema que ocupó las primeras planas de los medios de comunicación del país este fin de semana. La acción policiaca generó una amplia polémica mediática y política. Desafortunadamente, la mayoría de las opiniones difundidas en los medios de comunicación, nada tienen que ver con el fondo de la cuestión; y en cambio, coadyuvan a enrarecer aún más la agenda nacional.
Resulta preocupante, por un lado, el excesivo número de agentes de la Policía Federal que participaron en el ‘desalojo’; por otro lado, imputar una premeditada responsabilidad penal a los ciudadanos (maestros o no) que tenían sitiado el Zócalo capitalino.
Para la mayoría de la gente, el reclamo magisterial es un acto de estricta justicia social, sin llegar al extremo de justificar los excesos; ni mucho menos hacer una apología de ellos. Lo cual exige, de mi parte, una explicación objetiva del conflicto magisterial en el contexto de la idiosincrasia nacional.
Recordemos que, desde la época de la conquista, los mexicanos tenemos una especie de sub-conciencia nacional que se expresa en un repudio en contra de la arbitrariedad de las autoridades. Este rencor social conlleva un odio colectivo que puede exteriorizarse en cualquier momento, cuando las autoridades ejecutan actos que son considerados lesivos para ciertos grupos sociales.
Sin embargo, este odio latente hacia las autoridades no es un síndrome que derive de un mal genético de los mexicanos. No. Por supuesto que no. Tal odio o rencor es una reacción natural provocada por la ancestral corrupción oficial que ha padecido el pueblo mexicano.
En efecto, han sido los propios gobernantes, y en especial los gobernantes priistas, quienes con una política cínica e hipócrita han provocado la animadversión ciudadana en su contra. El discurso político del priismo del siglo pasado sólo ha servido para adormecer, pero no para erradicar el odio colectivo que provoca la ineptitud de nuestros gobernantes.
Por ello, resulta paradójico que en México la capacitación de los agentes policiacos sirva tan sólo para profesionalizar, gratuitamente, al hampa. Qué mejor prueba de ello, que las miles de denuncias penales no formuladas por los ciudadanos por temor a las represalias de los criminales o por la añeja desconfianza de los cuerpos policíacos. Y ahora resulta, que los cuerpos policiacos son utilizados para reprimir el descontento social.
Valdría la pena preguntarnos: ¿La brutalidad tumultuaria es exclusiva de la gente ignorante? La insurgencia magisterial nos ha demostrado que no. Porque la agresión es un efecto, no la causa: Se agrede a quien nos insulta o nos ofende, con total independencia de nuestro nivel cultural o clase social a la que pertenecemos.
¿Y qué sucede cuando la agresión proviene de un grupo social homogéneo? En este caso, la explicación es más sencilla: la agresión grupal (magisterial) refleja la existencia de una evidente y generalizada inconformidad social que proviene del interior de la institución que representan los agredidos. Es decir, a diferencia de los actos de desobediencia civil, en la que las personas involucradas protestan de manera pacífica en contra de actos arbitrarios de gobierno; la agresión tumultuaria es una reacción inconsciente y dañina; pero justificada, social y políticamente hablando.
Ya hace algunos años, Agustín Pérez había escrito que “la confianza en el régimen se puede fortalecer a través de actitudes de considerar la participación política y de no amenazar coactiva, desordenada e inconsistentemente a los ciudadanos que pueden incurrir en delitos políticos…”
A mi parecer, Peña Nieto es el principal culpable del actual conflicto magisterial, al que habrán de sumarse el descontento de otros diversos grupos de presión, ya que con suma anticipación aprobó la reforma que declaró la improcedencia del amparo en contra reformas al Pacto Federal.
En otras palabras, si la agenda de reformas de Peña Nieto inhibe la defensa jurídica de los mexicanos, con la consiguiente victimización de quienes se opongan a su proyecto político, es obvio que su sexenio se caracterizará por la intimidación y represión policiaca en contra de la ciudadanía. Así lo expresó, en días pasados: “Para hacer realidad el México que anhelamos (¿quiénes?), sabemos bien que tenemos que vencer inercias y resistencias. Tenemos que superar obstáculos y desafíos…”

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