El Güero Maytorena


Aquí y Ahora/Oder Yemal Santana

“Que los dioses me asistan en esta aventura que quiere abandonar el común sentir de los hombres para discurrir por territorios azarosos, mientras cabalgando sobre mil libros vienen los amonestadores de siempre para señalar mi desvarío”.

Hace varios años, cuando prestaba servicio en una comunidad de Guadalupe y Calvo conocí a un hombre, “El Güero Maytorena”. Era un hombre como de 65 años; solía andar por las distintas comunidades de la región con su camioneta 4x4, de redilas, repleta de mandado y enceres que vendía o fiaba a la gente de los pequeños pueblos. Era una persona muy amable, “Achispada” dirían por allá. Muy listo, tremendamente vivaz y culto. ¡Si, culto! Sólo hablé dos o tres veces con él, y entre muchas cosas que me contó, recuerdo que de joven estudió seminario, así llegó a esos lugares tan remotos. Leía mucho, por él conocí autores que para entonces yo juraba que nadie conocía: Retamar, Carpentier entre otros. Era como una pintura desértica en ese paisaje verdusco y húmedo. Lo recuerdo como un tipo acido en sus comentarios pero muy acertado, ahora lamento no haber podido platicar más con él, y sin embargo las pláticas que solíamos tener en la casa de don Santos Solís, nuestro albergante, tomando café, eran eternas. Sin embargo ahora mismo, es tan poco lo recuerdo, y prácticamente nada lo que he podido averiguar de su persona que por momentos pienso que fue como un sueño y que yo mismo lo invente; que mi mente le dio cuerpo y forma de todas las contradicciones ideológicas que como joven de 23 años tenía en abundancia.

Ahora viene a mi memoria porque en un momento dado le pregunté sobre porqué vivía ahí y no en alguna ciudad grande donde sin duda pudieran apreciar mejor su talento, él me contestó con aquella frase martiana “Conozco el monstruo pues viví en sus entrañas”. Me aseguró que vivió en Culiacán, y Manzanillo, nació en Sonora, y aunque no conocía Chihuahua, aseguraba que los mexicanos somos todos muy parecidos en esencia, sólo nos diferencian nuestros sueños y como los aderezamos. Pero además con la ironía que le caracterizaba me comentó que la gente serrana desconfía de los benefactores y de los políticos no por ser extraños sino porque siéndolo quieren convencerte de que son como de tu familia. Me decía que en los 70, 80 e inclusive todavía, (eran los noventas) llegaban gentes de diferentes partes del país, pero más de Chihuahua, que trataban de hacer su revolución acá en la sierra; le hablaban a la gente del Che Guevara, de Francisco Villa y hasta de Carlos Marx. –Soltaba tremenda carcajada-. ¡Imagínate! Qué podía saber la gente de aquí de esas personas, en cambio cuando se les preguntaba a estos extraños si sabían de Jesús Malverde o del famoso Cheto Bayuzas pelaban los ojitos como pajaritos hambrientos. Es más a los mismos profes que llegan a las escuelas, la gente les desconfía, -Me decía. Pero no por ser foráneos, sino porque muchos son incapaces de entender lo que es la vida acá, lo que representa la música ranchera (De banda) para la gente de aquí, lo que fue Chalino Sánchez para la “plebada”. Cuando murió hubo gente: hombres y mujeres, que soltaron el llanto cuando se enteraron, y cada quien a su modo le hizo su homenaje, ya sea en fiestas o en sus casas, con la grabadora y una cerveza en la mano, cantaban sus canciones hasta caer dormidos, con llantos melancólicos como lobos en la noche.
Yo platique con muchas de estas personas, te hablaban de revolución, de lucha social, de educación gratuita y democrática para todos, de reivindicar al pueblo y dar de comer a los pobres, pero mira –Me decía, y se ponía de pie para agarrar aire, apretándose el pantalón-. Ellos no oyen música ranchera porque es populachera, no ven novelas porque secan el cerebro, no ven la televisión porque idiotiza, no ven beisbol (Futbol) porque distrae de lo importante, no leen historietas y sólo se embelesan con los grandes autores. En cambio aquí la gente es sencilla, el pueblo no come carne, ni vino tinto en sus mesas, sólo escucha a Chalino Sánchez porque los hace feliz, se identifican con él porque es del pueblo, nadie por aquí lee, muchos ni saben y los que sí, prefieren revistas que les llegan de las ciudades donde hay gente famosa, revistas que les muestran una realidad aparcelada, pero que no les genera expectativa ni frustración, nadie aquí espera ser el galán de la novela, o la indita que se casa con él, no hay utopías irrealizables ni supuestas verdades que abofetean su realidad. La única poesía que conocen es la imagen que ven por las mañanas al levantarse,esa pintura  que los acompaña cuando deben irse a sus faenas, ese aire que respiran con deleite a cada paso que dan¿Cómo pueden hablar de salvar al pueblo, de ver por los pobres y viven en un mundo tan distinto al nuestro? Ellos también son pobres “Me lo repitieron mil veces” pero no es lo mismo ser pobre que ser humilde, ¡que ser pueblo pues!  Yo fui a la Universidad, estudié en el Seminario, leí tanto o más que cualquiera de ellos, y sin embargo lloré a mares con
“Mamá campanita”, reí hasta el desmayo con el Chavo del ocho, y grité de emoción cuando Enrique Borja “El cirano” le anotó gol a Francia en Wembley, “jugaba con los Pumas, mi equipo favorito” -comentaba emocionado-. Pero estoy aquí, feliz, ayudo a la gente con lo que necesitan ellos, no con lo que yo quiero o creo que necesitan, algunos me pagan otros no, otros me distinguen con su amistad y sabes qué, ese es mi mayor satisfacción.
La siguiente vez que lo vi me comentó que había platicado con un político del PT en Durango, que era un amigo suyo y que le había dicho que en cierto lugar de México los indígenas se estaban levantando contra el gobierno, que si votaban por él, toda la gente de la sierra tendría comida en sus mesas, y que pondría escuelas en cada pueblito. Se rio levemente, tocó mi hombro y me pidió lo acompañara a tomar un café negro, creo que el ultimo que bebimos, pero el primero de muchos que empecé a beber desde esa tarde.

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