La agresión a los medios



Por Jaime García Chávez


El gobierno local propala a los cuatro vientos que se ha abatido la violencia en Chihuahua. No es ni la primera vez ni será la última que se recurre a este mecanismo para ir salvando el día a día, aunque la realidad vaya en camino inverso a las apreciaciones surgidas desde el poder.
Es la vieja trampa de mentir, frecuentemente acompañada de estadísticas que se manejan a modo y con parcialidad; a final de cuentas en una sociedad desinformada se puede decir lo que sea sin esperar réplica consistente alguna. Hay un cambio de calidad en la criminalidad reciente y tiene como blanco a los medios de comunicación y a los trabajadores de la información que se ganan el pan en tan difícil profesión u oficio. Un periodista fue asesinado en Ojinaga, se trata de Jaime Guadalupe González Domínguez y se suma a una lista caracterizada por la impunidad. También dos medios de Ciudad Juárez –uno escrito y el otro televisivo– fueron cobardemente agredidos cuando se dispararon armas en contra de sus instalaciones principales. Son tres casos –con el denominador común de la violencia– ominosos porque marcan una amenaza para todos, y cuando digo todos hablo de sociedad y gobierno, propietarios de medios y asalariados en estos, partidos políticos y organizaciones de la sociedad civil comprometidas genuinamente con causas cívicas o sociales.
Doy por sentado el pronunciamiento recurrente en estos casos: condena por los hechos, solidaridad con el gremio periodístico en general, y no se diga la expresión de sentida condolencia por la doble muerte de un comunicador, la que entraña su vida y la de su propio medio, en este caso un portal digital. Conviene también recordar el escalofriante dato de que en nuestro país el ejercicio del periodismo se ubica en los márgenes de una actividad de alto riesgo, similar al que corre un corresponsal de guerra en un frente de combate. Así de grave. Pero también es conveniente que visualicemos las cosas desde otra perspectiva. A eso se debe el pronunciamiento inicial, producto de la muerte de González Domínguez. A ese respecto señalé:
Se trata del primer asesinato de un periodista en la era peñanietista. Engrosa el incómodo padrón de muerte con el que nadie quiere lidiar y que si bien se adjudica, a la gruesa, a Felipe Calderón, no debe dejarse de lado la complicidad de los gobiernos priístas que lo acompañaron en la matanza. Además, viene a acrecentar la lista de casi una veintena de periodistas asesinados en el estado de Chihuahua, guarismo alarmante. Pero quedarnos en este lindero es pasar por alto algo esencial y que también tiene que ver con el ejercicio de la libertad de prensa: Chihuahua, el estado donde la libertad de expresión está condicionada por los devaneos carismáticos de César Duarte, y por ende, la fuente de una corrupción superlativa y muy onerosa que se desfoga en dos vertientes: culto a la personalidad y censura comprada que le da una grisura a los medios realmente alarmante. También los bozales de oro matan al periodismo y a los periodistas, aunque aparenten estar vivos.
Todos sabemos que la autoridad no es sinónimo de gobierno, mucho menos de poder. La autoridad se gana todos los días, es respetabilidad, ascendiente para persuadir decisiones públicas, sólido compromiso con las más altas y queridas causas de la sociedad. Todos esperaríamos que un golpe de autoridad se generara esclareciendo los homicidios de los periodistas y no lo que señala el periódico español El País cuando dice que la detención de Elba Esther Gordillo es “un golpe de autoridad”, cuando en esencia, hasta donde vamos, es que es un golpe de poder, incompleto como todos los de su tipo si ahí se estaciona. No quiero forzar paralelismos entre una y otra cosa, pero lo real es que en asuntos de este calado la autoridad está o no está. Y para los periodistas no ha estado, como lo demuestra la impunidad en los casos anteriores y la previsible en la muerte del comunicador de Ojinaga, sin comparación económica con los empresarios que están detrás de los otros influyentes medios que también fueron alcanzados por manos criminales.
Pienso que es tiempo de ponerle el cascabel al gato. El periodismo actual en el estado –el realmente existente– no se ha ganado eso que en el párrafo anterior llamo autoridad. Mama de las ubres presupuestales para que circule la verdad oficial como absolutamente predominante. Su censor actual es Juan Ramón Flores, neonazi, gran dador de dinero. Los periodistas de base, reporteros y fotógrafos, por ejemplo, son simples asalariados sujetos a los designios de los propietarios de los medios, que son los que se enriquecen exponencialmente y en proporción inversa a lo que ganan los accionistas de las sociedades mercantiles instaladas en la comunicación. Hay todo un esquema corruptor: te inicias como periodista y en tu medio no prosperarás, y el escalafón se da hacia las vocerías de las dependencias públicas o corporaciones empresariales, la redacción y distribución de boletines. Hay un buen número de medios que no existirían sin la ganancia fácil que le ofrece alguna institución gubernamental, universitaria o jurisdiccional. Y no hablemos de los proverbiales casos de editorialistas que escriben hoy para cobrar mañana cantidades nada despreciables. El gobierno actual maneja con absoluta discrecionalidad los contratos de la ignominia: te doy cuando quiero y lo que quiero, y para que digas y propales la verdad oficial. En un ambiente así, es obvia la conclusión de que el periodista es un personaje desprestigiado y absolutamente vulnerable desde todos los flancos.
Los periodistas están divididos en una inexplicable pluralidad de colegios y asociaciones. Rivalizan unos con otros aún en temas que debieran ser de consenso al cien por ciento. Se esmeran en buscar que el gobierno les construya su local, les pague un seguro, les de bonos para gasolina y restaurantes, les de un banquete en su día con buenas vedettes, una gran posada navideña con buenos regalos y les tome la protesta cuando asumen un cargo estrictamente gremial y que entraña un compromiso consigo mismo y no con el poder. Quienes agreden a los medios y a los comunicadores saben esto de manera completa, y cuando actúan de manera siniestra lo tienen como una premisa que los descarga de todo temor porque saben que pisan sobre blandito.
Aún así, una pequeña parte de la sociedad se duele de estas agresiones, aunque los “grandes” que la sufren digan que se trata de todo un acontecimiento internacional. Yo diría que si tomar la pluma o la computadora para escribir lleva tan grandes riesgos, que al menos se emprenda con dignidad y con compromiso hacia una sociedad que reclama información de calidad y no exclusivamente engordarle las ganancias a quienes han hecho del periodismo un oficio miserable por vendido, y aún más, por estar al servicio de la persuasión que salva a los poderosos y hunde a los débiles. Es una vieja historia que no termina.

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