¡Tengan su austeridad!


La clase política es sorda y además dócil a la consigna jerárquica. Hasta ahora escuchó el reclamo popular en torno a los sueldos burocráticos (en los años 70 se gritaba “salario mínimo al presidente pa' que vea lo que se siente”).

Pero como llegó envuelto en una consigna peñanietista, no les quedó, cuando menos a los gobernadores del PRI, que tomar medidas de reducción en sus ingresos nominales. La idea de la austeridad en materia de economía llegó como una idea emparentada con el adelgazamiento del Estado para transitar a su mínima expresión, significando para la población sacrificios enormes en educación, salud y otros rubros de igual importancia. Y si bien el Estado se fue deteriorando y la pobreza creciendo, los sueldos de los burócratas de alto nivel se mantuvieron al alza, en claro desmentido a la visión juarista de una república en la que el funcionariado se atiene a la medianía en sus ingresos. Frase que sirve para discursos, más no para inspirar la nómina.
En México los funcionarios de todos los niveles, aparte de lo que ingresan a su patrimonio vía la corrupción, la parte mayor, se pagan con dinero público de origen fiscal lo que les viene en gana; no hay ni autocontención para moderar las ambiciones económicas ni mucho menos una ley que establezca topes o máximos en esta materia. Felipe Calderón a lo más quiso dejarnos una lección: que nadie gane más que el presidente de la república, pensando que le obedecerían aunque sólo fuera para aproximarse a su sueldo y nunca para adelgazar la rapiña galopante en el país.

Aquí en Chihuahua esta semana Duarte inició la etapa de la austeridad. No hace más que unas cuantas semanas había presentado el Presupuesto de Egresos con los sueldos que ahora se reduce. Uno se pregunta, ¿no sabían ya que son excesivos?, ¿necesitaron que Peña Nieto se los ordenara?, ¿o simplemente siguieron la táctica de la reetiquetación a que son tan proclives nuestros supermercados? No me gusta hurgar en cabeza ajena y por eso me atengo a referentes más concretos y específicos, que sirvan para generar una opinión en torno a esta materia, pues como ha fluido la noticia, poco o nada le dice a la sociedad, porque en esencia en todo esto hay engaño y vasta simulación. Los presupuestos en México son verdaderos jeroglíficos, instrumentos para grandes iniciados y entre más complicados menos permiten la transparencia y la rendición de cuentas.

César Duarte estaría realizando una especie de boteo burocrático para hacerse de un poco más de 1 mil millones de pesos, supuesta y generosa aportación que se llevarían unos cuantos privilegiados que hasta ahora han tenido la desvergüenza de parasitar con base en los impuestos que pagan los chihuahuenses. Pero hay más: el gobierno se pasa por el arco del triunfo al Congreso del Estado que es el único que puede modificar el presupuesto general y además lo hace evidente porque ya el Ejecutivo hasta distribuyó, de espalda a la representación política facultada, ese paquete de millones entre diversas dependencias. Es un hecho más de un gobierno estrictamente unipersonal y fuera de la Constitución.

Pero veamos algunos datos: Duarte Jáquez, gobernador de una entidad sin grandes complejidades administrativas, con una población de más de 3 millones de habitantes, sin incidencia en el andamiaje de las decisiones internacionales, sin estado de guerra con ningún otro país, sin oposición vertebrada que le contrapese, sin división de poderes que arroje balanzas, percibía hasta 2012 la cantidad mensual de 131 mil 348 pesos. Un sueldo superior al del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y notoriamente mayor al del presidente boliviano Evo Morales. Pero comparémoslo con los ingresos de otros dos presidentes latinoamericanos: Sebastián Piñera, de Chile, gana 55 mil pesos más, y Dilma Rousseff, de Brasil, 60 mil pesos más, por dirigir una de las economías más complejas del planeta. Ahora veamos los sueldos del presidente de Estados Unidos, Barack Obama: 413 mil 417 pesos; el de Francia, François Hollande, 244 mil 524 pesos; la canciller alemana, Angela Merkel, 270 mil 720 pesos. Y si bien es cierto estos sueldos son superiores a los del gobernador de Chihuahua, constituyen la tercera parte del primero, un poco más de la mitad del segundo y poco menos de la mitad del tercero y para nada se parecen las responsabilidades de los políticos mundiales con las del cacique de la Nueva Vizcaya, que nos presume su austeridad como si estuviera dividiendo la historia de la humanidad antes y después de César.
Pero hay más. Cuando Obama, Hollande o Merkel dicen que van a ganar esas cantidades, es porque en efecto es lo único que van a ingresar a sus bolsillos y además sin convertirse en evasores del fisco, como sucede aquí con las intocables compensaciones que recibe la privilegiada nomenklatura local. Pero todavía hay más, ya que estamos comparando: las reducciones del presidente francés, que también las decretó para distinguirse del derechista Sarkozy, fueron del orden del 30 por ciento, no del magro 10% local, y además con taxativas precisas en materia de regalos –ningún funcionario puede recibir obsequios de más de 150 euros y si su centro de trabajo no excede de tres horas de traslado, deberá utilizar el transporte público–. En otras palabras, en esos otros países hechos son amores y no buenas palabras. El ejemplo alemán ilustra el tema que nos ocupa: Merkel, democristianamente aumentó en 5.7 por ciento sus ingresos de manera escalonada hasta agosto de 2013, sin problemas, porque los parámetros para una economía como la alemana sí están en niveles de austeridad y la complejidad de los problemas que encara pues obviamente que están muy por encima del señorcito que despacha en la esquina de Vicente Guerrero y Aldama de la ciudad de Chihuahua.

No es posible, pues, que un magistrado de Chihuahua gane más que un presidente de una república latinoamericana y menos admisible es el negro y profundo abismo que existe entre esta costra burocrática y los que se tallan haciendo el trabajo, con salarios vecinos del mínimo. Agregue a esto las zonas francas en las que la austeridad no llega a Chihuahua: nubes de suburbans para la élite, menú y barra libre en los restaurantes gourmet para los señores y señoras del poder, gastos en imagen y “comunicación”, gastos de la oficina del cacique, su avión que vuela a todas partes a ton ni son y aunque no tenga vela en el entierro, y desde luego los pagos a los bancos que devoran los ingresos por peaje de nuestras carcomidas y obsoletas carreteras. El PRI local obviamente que está en el presupuesto con partidas muy generosas, no adelgazables pero sí invisibles. Por ahí esta austeridad no pasó, y la que sí transitó, que supera los 1 mil millones, no servirá ni para paliar la creciente deuda pública, escandalosa según la prensa nacional, y todavía está por verse que ese monto llegue, porque no olvidemos que este gobierno ha sido de muchas pequeñas piedras y pocas obras.
En general, el funcionariado mexicano esquilma al erario, pero además no rinde frutos. Si cumplieran a cabalidad y apego a la ley con sus encargos, quizá nadie les tomaría a mal estos excesos, que no paran ahí. El ingreso fuerte está en el diezmo que reciben por la obra pública y la proveeduría de bienes y servicios, en el uso de testaferros, en el soborno, el cohecho y la concusión . En fin, todo aquello que se origina en la corrupción política, por eso es un cínico descaro que ni siquiera paguen sus impuestos con el artilugio de dividir los ingresos en la parte menor que corresponde al sueldo y la famosa compensación, la parte mayor. Cuando uno ve todo esto puede gritar rateros demagogos, se puede autoengañar y pensar que por fin se empieza a dar en el clavo, pero pocos llegan a la conclusión de que estos sueldos y corruptelas lo único que exhiben es cómo ve el funcionario público de alto nivel su posición en el gobierno: como la ocasión egoísta y antisolidaria de convertir las instituciones públicas en el medio más eficaz para hacerse de un buen botín. ¡Enriqueceos! es un grito que no se sale de sus orejas.

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