¿Existe evidencia para afirmar que Donald Trump tiene problemas de salud mental?
En sus acciones y actitudes Donald Trump tiene modos y tonos singulares, en ocasiones abiertamente combativos, provocadores y aparentemente irreflexivos, y con frecuencia sus proposiciones públicas son cáusticas, tremendistas, a veces extremadamente simplistas y en otras estigmatizantes. En muchos casos es constante y hasta obstinado en la defensa de cierta idea o calificativo, y en otros tiene fluctuaciones y giros. La hipérbole, la extrapolación, el ataque personal y el desdén por lo ‘políticamente correcto’ son comunes en la comunicación de Trump, quien ha mostrado también un enorme ego y una tendencia a la autoexaltación y al rechazo a sus detractores.
Y podría decirse que muchas de esas particularidades fueron parte del atractivo que muchos ciudadanos hallaron en él para concederle su voto en las pasadas elecciones presidenciales.
¿Pero son sus palabras y acciones en ese sentido un signo de que Trump podría tener problemas de salud mental?
En realidad no hay evidencia al respecto, pero muchos se han lanzado, desde diferentes ámbitos y con argumentaciones varias, a especular sobre si Trump padece alguna forma de trastorno de conducta o padecimiento mental y sobre si, de ser el caso, eso lo hace incapaz de desempeñar el cargo de presidente de Estados Unidos.
Un ejemplo de ese debate se expresa en la carta, firmada por 35 psiquiatras, psicólogos y trabajadores sociales, publicada en The New York Times en la que se comenta que el discurso y las acciones de Trump “muestran una inhabilidad para tolerar visiones diferentes a las suyas”, lo que según esa carta conduce a reacciones de ira. Añade que sus palabras y comportamientos “sugieren una profunda inhabilidad para ser empático” y que personas con esas características “distorsionan la realidad” para amoldarla a su estado psicológico y atacan los hechos y a quienes los presentan.
Según los firmantes de esa carta, eso vuelve a Trump inestable emocionalmente e “incapaz de servir de modo seguro como presidente”.
El documento ha tenido gran atención mediática pero tiene un punzante detalle: evaluar el comportamiento y la salud mental de una persona con el rigor científico y ético necesario requiere de una evaluación directa y a fondo y, en su caso, de un diagnóstico real, algo que los firmantes de esa carta no aportan, por más informadas y explicativas que puedan ser sus consideraciones. La propia carta indica que en los profesionales de la salud mental existe el criterio de no pronunciarse sobre figuras públicas, pero añaden que a su juicio la gravedad de la situación los forzó a no permanecer en silencio.
El problema es que la carta resulta meramente enunciativa y, por ende, puede ser a la vez entendida como advertencia informada o como una opinión subjetiva que deja de lado consideraciones éticas clave y no aporta datos suficientes.
Muchos, profesionales de la salud mental o no, han comentado, como relató Vanity Fair en la época de la contienda primaria republicana, que hallaban “narcisista” el comportamiento de Trump. Pero para otros, como comenta más recientemente otro psiquiatra en Fox News, la autoexaltación de Trump no sería sino el reflejo de su éxito, sus millones de dólares, su fama televisiva y, a fin de cuentas, su victoria electoral y su llegada a la presidencia.
Para el autor de ese texto, Trump está plenamente en sus cabales, resulta “extraordinariamente improbable” que una persona con tales logros sea mentalmente inestable y califica a los autores de las afirmaciones al respecto como “oportunistas políticos, tontos o ambos”. Ciertamente, el comentarista muestra una gran afinidad hacia Trump y menciona que es dueño de un apartamento en un edificio construido por él y que ha sido cliente satisfecho de los hoteles y restaurantes del hoy presidente. Por ende, hay quien dirá que la opinión de ese médico también tiene un sesgo, en ese caso a favor de Trump.
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