De mis experiencias profesionales en el medio rural
Don Santos Solís era un hombre que conocí en Guadalupe y Calvo. El decía que siempre hay que dar gracias. Por todo agradecía, y antes de cada alimento nos hacia agradecer. Siempre empezaba conmigo por ser el maestro, me pedía que dijera algo, lo que fuera, para luego dar él un largo y sentido agradecimiento a Dios. Yo solía dar gracias por los alimentos, por cliché. Al menos creo que nunca fui hipócrita o falso, los alimentos son una verdadera bendición para quienes viven en condiciones de marginación y pobreza. No obstante las gracias como tales, nunca las sentí, lo reconozco; nunca he sido religioso y me incomodaba terriblemente dar gracias a un dios cuando a diario veía los trabajos que la gente hacia por tener algo que comer, sin intervenir en ello ninguna entidad divina, solo el sudor de su frente y las llagas de sus manos, pero lo hacia, por respeto y sin darme cuenta...por agradecimiento, a ellos, a la comunidad toda, que me daban alojamiento y alimentación y compartían su pobreza conmigo a cambio de enseñarles a escribir a sus hijos y varios de las madres y padres. No racionalizaba las gracias, solo lo hacia. Hoy con toda honestidad me encuentro agradeciendo, racionalmente sí, pero también emocionalmente. Estoy seguro que don Santos nunca creyó en la honestidad de mi agradecimiento, lo aceptaba porque era lo correcto. Espero que donde quiera que ahora esté, -seguramente ya falleció pues era un hombre muy mayor- se sentirá contento de que hoy de gracias nuevamente. El sabe que no soy creyente, y sabe que suelo racionalizar todo, hasta las gracias, pero también sabe que esas gracias son honestas, son sinceras, no sólo porque son lo correcto, sino porque agradecer lo hace correcto.
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