Chihuahua 2016: año de los ciudadanos



Jaime García Chávez / Iniciar una reflexión de fondo sobre Chihuahua-2016 es una necesidad que se reconoce desde muy variadas perspectivas, no nada más la estrecha que se agota en el proceso electoral. A mi juicio, ese año, si se aborda de manera tradicional y rutinaria, será un ciclo más de los no pocos que ha perdido el estado para su resurgimiento. El 2016 no ha de ser el año de los partidos, sino el año de los ciudadanos. Esto no significa que los partidos políticos (pienso en los que aún conservan un proyecto democratizador) dejen de tener la importancia que la misma Constitución les reserva cuando los conceptualiza como entidades de interés público. Claro que los partidos están en el corazón del régimen político y por tanto son llave de acceso al poder, nos gusten o no nos gusten.

De entrada parece que la apuesta del PRI, hoy de hecho apoderado mediáticamente de la escena pública, apostará todo para que se transite hacia una elección de aparatos y corporaciones, de voto duro, de gran abstención, de carencia de debate sobre los temas esenciales, de estructuras partidarias sustentadas en la burocracia y el dinero y compromisos que representan las gentes del gran capital local. Si esto no se altera, es evidente que el PRI repetirá otro triunfo, que sería el cuarto al hilo de 1998 para acá, quedando el sexenio de Francisco Barrio como una especie de interregno que no logró fructificar y ni siquiera reeditarse a través de alternancias limitadas.

El otro partido, el que está mejor posicionado en la oposición, es el PAN, con todas sus carencias y limitaciones, plagado de pugnas internas, deslavado y desgastado por la propia praxis que no ha estado precisamente a la altura de las expectativas que abrió para la democratización del país y la región. Pero con todo y todo, es la estructura partidaria mejor cimentada.

Del PRD no se puede afirmar otra cosa que ha pasado al desprestigio superlativo, convertido localmente en un negocio familiar de la duartista Hortensia Aragón Castillo (hoy en grave conflicto por la transgresión al orden constitucional al ostentar dos cargos), que hace vida paralela con un PT que no significa absolutamente nada en la vida de Chihuahua. Movimiento Ciudadano, a su vez, aparte de no haber arraigado tiene las manos manchadas por su compromiso con la tiranía duartista y juega a la obtención de las migajas. Los verdes, ya lo sabe usted, ni son verdes ni son ecologistas y están en la nómina de Peña Nieto, al servicio de lo que sea y perfectamente cuadraditos con el régimen. Es un partido, además, que le ha hecho un daño descomunal al país, igual que el gordillismo, que vive y pervive en el Partido Nuevo Alianza.

Habrá tres partidos nuevos en el escenario: el Humanista y Encuentro Social, que bien a bien no sabemos cómo jugarán, pero recién estrenados su significación será menos que marginal. MORENA, de Andrés Manuel López Obrador, a decir verdad, no ha alcanzado a vertebrarse para dar la pelea por Chihuahua. A querer y no pagarán el noviciado. Su estructura estatutaria no le permite hacer política al interior, en el mejor sentido de esta afirmación (las grandes decisiones de lo posible se dejan a la tómbola y, por tanto, al azar); el liderazgo de su indiscutido –e indiscutible– dirigente nacional, en realidad poco interés ha tenido por el norte del país, y el movimiento de sus piezas depende exclusivamente de su proyecto personalista para el 2018.

Con un panorama así, es difícil pensar que se puede derrotar al priísmo. Por tanto, es tiempo de poner la imaginación a trabajar, de atreverse a romper viejos moldes para vaciar bronce nuevo en el que estén realmente los intereses de Chihuahua. Sé de cierto que existen las condiciones para una gran gesta triunfadora, pero me queda claro que no hay ni legado histórico ni impulso ineluctable que vaya a hacer el milagro de que en Chihuahua se dé un viraje hacia la democracia y la justicia que se requiere en todos los órdenes para la población mayoritaria: los campesinos, los obreros, los empleados de base de la burocracia, los universitarios, estudiantes, maestros, académicos; el mundo pluriétnico de rarámuris, guarijíos, pimas, mormones, menonitas, orientales, etcétera; el brillante movimiento de las mujeres por la plena vigencia de los derechos humanos y cuanto sector se pueda incluir en esta apresurada lista de lo que somos.

Es una frase trillada pero hay que romper paradigmas, más si están anquilosados. En este orden, sostengo que los partidos que aún puedan alentar un proyecto alternativo han de poner sus candidaturas a disposición de ciudadanas y ciudadanos externos, que han de cerrar los dedos en un poderoso puño para crear un frente único por la transformación de Chihuahua y para desterrar el autoritarismo. A esto se le puede llamar programa de centro izquierda, que no excluye a un numeroso sector del empresariado, salvo los que continúan medrando de su conexión con el poder, que les brinda las condiciones de reproducción a niveles exponenciales de sus ganancias. Por tanto, una nueva gestión política por la democracia debe tener como adelanto el programa por el que se lucharía, convirtiéndolo en un compromiso público, una especie de renovado contrato social, ineludible de las fuerzas políticas que se involucren, la disputa por un Congreso del Estado con amplia mayoría, la conquista del mayor número de municipios, entre ellos los estratégicos, como Juárez, Chihuahua, Cuauhtémoc, Delicias, Parral, Guadalupe y Calvo, Madera. En el mismo sentido, en el momento de viraje, dar a conocer con qué hombres y mujeres se establecería un nuevo gobierno.

En este proyecto no tienen cabida quienes sólo buscan espacios de poder para continuar en el aparato, tal cual está. Es un proyecto con gran altura de miras, que entraña grandes esfuerzos, aportes, y toda la voluntad para encarar a quienes han hecho de la política electoral el espacio privilegiado para la imposición y preservación de un poder incontrastable, hoy personificado en la deprimente tiranía de César Duarte.

No quiero pasar por alto una reflexión final y la abordo a través de una especie de elipsis, por la cual pido disculpas: quien haya leído la obra de Harper Lee, Matar un ruiseñor, que tan estupendamente se llevó al cine en una película protagonizada por un manojo de niños y centralmente por Gregory Peck (el abogado Atticus), se percata de que hay causas justas que se pueden defender y aun ganar en los tribunales, pero que la sociedad no respalda. Esa sería la historia de una buena fase de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos. La justicia y la ley del lado de los vulnerables, pero una sociedad renuente a aceptarlos.

Aquí en Chihuahua existe una sociedad que repudia a la tiranía, que está en contra de la corrupción que se prohíja por gobiernos como el del PRI de Duarte, que sabe que la razón, la justicia y el derecho nos asisten a los ciudadanos en este momento, pero no se expresa como debiera para que las cosas se apuren y se logren. Habrá que hurgar en la razones y las causas de esto para actuar en consecuencia; y si se trata del gran miedo, reconocer que eso no es lo importante, sino que lo importante es saber superarlo.


En las elecciones de este año tenemos dos grandes ejemplos de castigo a gobernadores corruptos: Nuevo León y Sonora. El primero con el famoso Bronco, que ya se desvanece en la frivolidad; y en el segundo con una gobernadora beltronista que azotó al PAN, y de qué forma. En Chihuahua hay la posibilidad de castigo al duartismo, de despedir al PRI de palacio, pero eso no se va a lograr con el aliento banal de candidatos que se autopromocionan por su blanca sonrisa y blonda cabellera, pero tampoco con partidos que viven de la endogamia y están ausentes de la energía que se mueve fuera de sus fronteras. En todo esto –me resulta lamentable afirmarlo– juega un papel nodal la gran ausente que es la izquierda democrática.

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