Calle Zaragoza… ¡Entre la piedra y el asfalto!
Oder Yemal Santana
Eran los primeros años de la década de los 50 cuando las primeras
familias comenzaron a llegar a este sector; eran pocas, y la mayoría provenían del área rural:
campesinos y ganaderos, de ahí que se bautizara la colonia como “Las Granjas”
o “Granjitas”, ya que en los exiguos
solares era común ver animales de corral como: gallinas, puercos y vacas.
A la par de ese caserío se fundó la iglesia Asunción de Maria, la
cual vino a darle cierta cohesión a la nueva comunidad, que no era mayor a 60 o
70 familias, y no todas ellas devotas, así que en sus primeros años un padre de
nombre Simón, muy joven, y que los más viejos aún recuerdan, tuvo que hacer una
fuerte labor por construir una feligresía participativa. Si bien al principio
debió realizar sus misas en una bodega, para la siguiente década logro iniciar la construcción del templo
actual sobre la calle Juan Escutia y Nogal.
Las primeras familias se ubicaron en las calles cercanas a las Av. Américas
y Vallarta, no obstante algunas otras se aventuraron un poco más hacia el norte
sobre la calle José Martí, hasta la colonia Lagos, y de ahí hasta “Las lomas”…
por el Panorámico. Unas cuantas se asentaron por la calle ZARAGOZA…
particularmente algunas granjas avícolas y corrales ganaderos.
La colonia tuvo un importante crecimiento en la siguiente década,
sobretodo a partir de la fundación de la colonia Villa, lo cual atrajo el
crecimiento de la ciudad hacia el norte, a partir de los años 70, con la
llegada de muchos “paracaidistas” en medio de las luchas sociales que se
desataron en aquellos años, con el famoso triple asalto a los bancos y con la
formación del CDP, donde la Colonia Villa y los trabajadores de la empresa
ACEROS de CHIHUAHUA tuvieron una
importante participación.
Además de la Iglesia Asunción de Maria, la colonia vio nacer otros
importantes iconos, uno de ellos fue la
Esc. Prim. José Maria Morelos, sobre la calle Juan Escutia y Pinabete, la cual
algunos ubican dentro de la colonia Karike, pero que en realidad se divide
entre ésta, la colonia Lagos y las mismas Granjas… en medio de una triada de
colonias que tienen como uno de sus ejes de referencia precisamente a esta
escuela.
Su alumnado provenía mayormente de la colonia Granjas, cuyos colonos
trabajaron en su fundación y hoy enmarca la infancia de muchos de ellos,
quienes pasaron por sus aulas o tuvieron a sus hijos inscritos en ella. ¿Quien
no recuerda al profe Santana?, su director por años y años, vecino también de
la colonia y una de las personas más respetadas en esos años. ¿Quién no lo
recuerda llegando primero montado en su fiel bicicleta, que algún facineroso le
robó sin mayor consideración, obligándolo a caminar desde su casa hasta la
escuela? hasta que años después se hizo de una carcachita “Dodge” descuadrada,
de color azul marino, que uno siempre podía ver como uno más de los inmuebles
de la escuela, ya que desde las primeras horas de la mañana hasta altas horas
de la noche, se le apreciaba vigilante… “como soldado Suizo”, a un costado de
la puerta de la dirección escolar, donde su dueño pasaba horas y horas elaborando exámenes en su viejo mimeógrafo
“Gestedner”, donde el chaka…chaka de la tirolera se podía escuchar hasta las
casas vecinas.
Su carcachita sólo era superada en el barrial por la popularidad de
la famosa “pichirila” propiedad de don Ángel López, la cual era conocidísima echando
fletes para los vecinos: de color verde, toda destartalada, “se envalentonaba ante las monstruos de
piedra caliza y los fantasmas polvosos que se levantaban a su paso.” Muy
temprano se escuchaban las explosiones de su escape que anunciaban su
salida a trabajar, y por la tarde una nube de polvo y ruidos ferrosos de su
carrocería –parecía que se caería a pedazos- la veían llegar a su casa por la
calle Priv. De Manuel Cossio.
Otras escuelas se construyeron en lo amplio del sector, pero pocas
lograron llegar tanto al espíritu de la colonia como la Primaria Morelos, de
hecho, a principio de los ochenta ante la demanda educativa, a un costado de
esta, se fundo otra más: “La Tarahumara”, esta no obstante considerada ya dentro
de los limites de la Colonia Karike.
Al poco tiempo se formo una rivalidad entre ambas instituciones que
muchas veces se resolvía con una guerra de comida, y en el peor de los casos de
piedras, las cuales volaban de un lado a otro de la malla ciclónica que las dividía.
<<Muchas veces chiquillos ensangrentados por el efecto de las
piedras era el saldo de esta rivalidad>>.
Otra institución fundada por el interés de los vecinos fue el Jardín
de Niños Abraham Gonzáles, en la privada de Juan Escutia, entre la calle Mora y
Táscate. Un pequeñito lugar, hoy oculto y casi imperceptible entre las casas
del sector. Cuando era pequeño y
estudiaba en él, todo me parecía inmenso; <<recuerdo los desfiles de inicio de la primavera,
cuando disfrazado de pájaro, con grandes alas de cartón, junto a mi hermana
mayor, también alumna, recorríamos hasta la fatiga las calles terregosas y
asoleadas, felices y emocionados recibiendo
los aplausos divertidos de los vecinos>>.
Los múltiples terrenos baldíos le daban esa amplitud al barrio que
hoy ha perdido ante el desarrollo inmobiliario; ya no hay mas terrenos sin
construir, el pavimento le dio un giro dramático a la pintura de aquella nuestra colonia, la que
construimos pieza a pieza, paso a paso, indagando sus rincones, develando sus
misterios, construyendo historias de vida donde cada personajes escribía su
libreto y nos incluía en él.
Hoy en día en apenas unos minutos se puede recorrer desde la Av.
Vallarta hasta el Panorámico por la calle Zaragoza, la misma distancia de hace
30 años, sólo que en aquel entonces donde todo era terraceria y amplios predios
baldíos, las distancias parecían enormes, para los chicos de aquel entonces
deambular por esas calles era una aventura; recuerdo cuando mis amigos y yo nos
aventurábamos al panorámico luego de atravesar un enrome terreno gatuñero, desde
ahí, en lo alto de la loma donde ahora se ubica un Centro de Desarrollo Infantil
de la Secc 42 del SNTE, nos gustaba echar una mirada a la ciudad. Desde ese
punto podíamos observar Aceros de Chihuahua, cuyas instalaciones se nos
figuraban un enorme tren que por las mañanas nos despertaba con su clásico Ku,
ku…Ku, ku, que sonaba como el canto cansado de un búho moribundo, y que no era
otra cosa que la chicharra de entrada y salida de los diferentes turnos de la
empresa.
También podíamos apreciar las Avenidas Vallarta y Colón, y nuestra escuela Morelos, así como el también
histórico tanque de agua, junto al Templo de la Divina Providencia, en el cual
tiempo después algunos fieles ávidos de milagros juraban ver visto una imagen
de la Virgen de Guadalupe, y que los medios de entonces como el Heraldo y el
Novedades de Chihuahua dieron cobertura, antes de que los ejecutados y los
levantados infestaran sus paginas, al menos del primero ya que el segundo,
propiedad de Eloy Vallina, desapareció hace un par de décadas.
No sólo las distancias se han hecho más cortas en la colonia
Granjas, muchas familias dejaron sus casas para ampliar sus horizontes; los
chiquillos de antaño se casaron y formaron sus familias en otras
periferias, construyendo otras historias
con sus hijos e hijas, mientras que los
mayores de entonces, los que aun quedan, y no son muchos, han visto pasar los
años y han atestiguado los cambios como dentro de un aparador…inmóviles y
silentes.
Algunas construcciones, también iconos de mi colonia aun permanecen
estoicos, como la casa de doña “Cata” sobre la privada de Manuel Gonzáles
Cossio y calle Zaragoza donde atendía una pequeño taller de fundición… ¡en la mera esquinita! Enfrente de
esta, en la misma calle, permanece perenne la casa de Don José “el elotero”,
quien se encargaba de hacernos agradables los fines de semana, ya que siempre esperábamos
impacientes la llegada de los domingos cuando nuestros papas nos compraban los
deliciosos elotes que desde temprano inundaban el ambiente con su olor,
saliendo cadencioso del patio de su casa. Más arriba, sobre la García Salinas, enseguida
de la que fuera la tiendita de don Elías, una de las históricas del barrio, que
lamentablemente desapareció y hoy sólo se aprecia en su lugar las huellas de lo
que fue un negocio de venta de novedades, aun sobrevive un negocio de venta de
ropa y calzado donde a los niños del barrio nos compraban fiados zapatos
escolares, chamarras etc. Y gracias a lo cual muchos de nosotros pudimos calzar
decentemente, aunque en nuestras calizas calles no había zapatos que duraran.
En lo que fue la Granja Avícola, donde solía aparecerse el mítico
“Chambujis”, que era una suerte de fantasma, vestido con pantalón de pechera,
sucio y barbado, con sus pelos grasientos, no queda ya huella, en su lugar se
construyeron casas y en una parte de ella, se ubica actualmente un salón de
eventos donde se organizan estridentes fiestas, que contrastan con
aquellas reuniones de arrabal, como
cuando los vecinos nos juntamos un día para matar unos puercos en casa de doña
Pancha. <<Desde muy
temprano el chillido de los puercos se extinguía para dar lugar a unas grandes cacerolas
chirriantes de aceite, donde las carnitas se doraban ejecutando una danza
incesante de pequeños brincos>> Mientras
tanto los niños nos poníamos a jugar, dueños de las calles, sin el temor a que
de la nada surgiera un auto piloteado por algún joven inexperto, presumiendo su
hombría, rechinando llantas sin importarle nada. <<En esos años las calles eran nuestras y podíamos jugar libremente, incluso podíamos atestiguar la
llegada de la noche y hacerla parte de nuestros juegos como: “El cinto
escondido”, “El bote volado” ó “Los
encantados”>>
Ya de noche, las primeras carnitas envueltas en tortillas de maíz,
eran el premio a nuestra espera. Los vecinos reunidos le daban sentido al
espíritu del barrio, y la noche fresca veía caer uno a uno quienes cansados se
retiraban a dormir, mientras que los chiquillos también nos rendíamos al
cansancio.
Las Granjas hoy forman parte de mis recuerdos, aunque como muchos
abandoné sus calles hace muchos años…allá por los 80s, poco antes de aquel
“Sábado negro”, donde una lluvia torrencial causará una de las mayores
inundaciones de que se tengan memoria en Chihuahua. No obstante fui testigo de
un fenómeno que bien pudo ser el anuncio de lo que vendría después, y que nadie
advirtió: <<Era una
tarde tristona, grisácea, de nubes grises y un viento frío y leve. ¡Ni un alma
se veía en las calles! Era lunes y dado que ninguno de mis amigos se animaba a
salir, yo me entretenía viendo El Chavo del 8, hasta que el estallido de un poderoso trueno
rompió el cielo, y al tiempo que todas las luces se apagaron, una lluvia
inmisericorde se abalanzó sobre las pobres casas.
El ruido de la lluvia era
ensordecedor, recuerdo que me retiré a dormir temprano, frustrado por no saber
en que habían quedado las peripecias del chapulín colorado y el Dr. Chapatín, aunque me resultaba imposible conciliar el
sueño, ante el atemorizante ruido de los truenos y los rayos que caían por
doquier en diferentes puntos de la ciudad.
En mi casa faltaban botes
que pudieran contener la furia de la lluvia que goteaba por cada metro cuadrado del techo
de la vivienda. Ya de madrugada si escuchabas atento, podías advertir el
chapotear del agua que bajaba por la calle Zaragoza, llevándose todo cuanto
encontraba a su paso. Por la calle Mora se formaba otro río que llegaba hasta la Av. Vallarta donde la mañana develó
muchos autos estancados, además de toneladas de basura y tierra>> Si bien las afectaciones fueron mayores en otros puntos de la
ciudad, esa lluvia permitió advertir que
calles como la Juan Escutia, Zaragoza y
Sicomoro eran calles de alto riesgo en casos de lluvias intensas, lo que
se confirmaría años después, con ese fatídico 23 de septiembre
Al poco tiempo mi familia y yo nos mudamos, no sin antes vivir el
último episodio que precedió nuestra partida y que de alguna manera
representaba el anuncio del fin de una época alegre, el cierre inevitable de un ciclo para dar
paso a otros, en otros lados, en otras colonias, todas ella parte de este
chihuahua nuestro.
La última página de mi historia en las Granjas fue cuando un día al
llegar de la escuela descubrí un gran vacío en mi calle, de esos vacíos que se sienten
en el estomago y te hacen sentirte
verdaderamente mal.
Prácticamente desde que yo tuve razón, viví con la presencia de un
carrito Plymouth de principios de los
60, que mi papá siempre tuvo estacionado fuera de mi casa. ¡Echado como perro
fiel! Era de color verde limón. Nunca
supe que era lo que le pasaba, solo que siempre estuvo ahí. Mis amigos y yo
solíamos jugar en él, subíamos a su capo y desde ahí inventábamos mil
historias. A veces cuando mi papá no estaba nos metíamos adentro y en su
elegante interior, polvoso y con olor a plástico viejo, jugábamos a la nave “Enterpraise”, que nos trasladaba hacia mundos desconocidos.
Ese día en cuanto di vuelta por la esquina, note su ausencia. La
calle ya no era la misma, cualquiera que hubiera vivido ahí los últimos 10 años
podía saberlo. Mi casa tampoco era la misma, un amplio espacio se mostraba en
su frente. Recuerdo que mi perro al oírnos llegar, a mi padre, a mis hermanos y
a mí, emitió un ladrido llorón y lastimero, ¡estoy seguro que él también noto
aquella ausencia! Al llegar pregunte a mi madre que había pasado con mi nave
interplanetaria, pero ya no recuerdo su respuesta, solo recuerdo verme ahí,
sobre la banqueta, acompañado de mis amigos tristeando la pérdida.
Es cierto como dicen que el tiempo pasa rápido hoy en día, ¿pero…
saben? Juro que el tiempo era más lento antes, y esa lentitud nos hacía valorar
más las pequeñas cosas; ¡ese chihuahua de perros famélicos que armonizaban con
sus ladridos el latir del corazón del barrio!, ¡Esas calles polvosas que le
daban un aspecto pueblerino pero familiar y comunitario!
A veces creo que fue mi partida lo que arruino esa hermosa pintura
de mi niñez, porque a los pocos años de mi alejamiento llegó la civilización con
su pie mecánico… ¡gigantesco y estrepitoso! Con sus ruidos de motor que acallaron las voces, no sólo los ladridos
de los perros que de pronto se volvieron mudos, sino también los ruidos de los
niños que solíamos jugar por esas calles, como la Zaragoza…esa que tantas veces
recorrí.
Recientemente fui a verla. La anduve de nuevo, desde el panorámico
hasta la Vallarta a pie, intenté reconocerla y que ella me reconociera, pero
con tristeza, la realidad me afobeteo la cara. Algún vecino temeroso se asustó
con mi presencia, quizá desconfiado de
ver a un extraño mirar con ojos desconcertados las calles que tantas veces
transitara. De pronto una patrulla de la policía me alcanzó, los oficiales me
pidieron que me identificara y les diera una explicación de mi presencia en ese
lugar, tan nerviosos y asustados como yo mismo, envueltos en la catarsis
violenta de esta guerra civil.
Entonces supe que cualquier explicación estaba de sobra, al fin y al
cabo esa ya no era mi colonia, incluso yo ya no era el mismo de aquellos años, ¡mis
propias calles me habían desconocido y me daban la espalda! Entonces sólo
acerté a decirles: “Buscaba la dirección de una amiga pero, creo que ya no vive aquí.”
0 comentarios: