ANÉCDOTA DE VACUNACIÓN


Nantha Yaundé Santana.


Llega una persona con acento extranjero a la UACH a vacunarse, muy agitado después de caminar una gran distancia bajo el sol según me dice. Yo lo presumo migrante (indebidamente) y ya estaba prácticamente con el expediente de vacunación especial para los migrantes. Me sonríe y me dice que es “mexicano hondureño”, entonces le solicito sus documentos. Coloca su mochila sobre la mesa y de ella saca una bolsa grande de plástico perfectamente doblada, de ella saca otra bolsa y otra más, esta última perfectamente sujetadas con un cordón, todas ellas impecablemente empaquetadas, lo miro incrédula siguiendo con sus manos y sus paquetes una especie de ritual único en su género. El me mira y me dice disculpándose por la tardanza - Estos papeles valen oro, me han costado sudor, lágrimas, hambre y otras cosas que usted no imagina. Por fin saca una carpeta y dentro de ella otra y otra hasta llegar a un pequeño paquete de donde emerge una cartera con varias identificaciones, finalmente saca y me muestra con un orgullo en su mirada, su documento de residencia legal y su CURP. Tomo sus datos, devuelvo sus documentos y él inicia de nuevo el ritual de guardarlos, con todo el detalle y cuidado del mundo, en tanto yo continúo llenando su expediente. Le pregunto si tiene familia en Mexico y me dice, usted es mi familia, todos ustedes son mi familia. Este país y su gente me salvó de morir y no conforme con ello me adoptó como un mexicano más. En su mirada un brillo único. Le pregunto el porque guarda sus documentos con tanto esmero y me responde: Yo sé que puedo morir en cualquier momento, en cualquier esquina como todas las personas, pero mis documentos están a salvo de la lluvia o de cualquier otro incidente, hasta de un incendio, porque mi mochila tiene una especie de protección. Quiero que si algún día muero de improviso y alguien me encuentra y junto a mi mi mochila, sepan quien fui, que no me entierren en una fosa común como persona desconocida. Que sepan que soy un hondureño mexicano, que amo a este país y a su gente casi como amo a dios. Le entrego su expediente, le digo que espere un poco, le ofrezco agua para refrescarse, un jugo y una fruta para que se recupere del largo trayecto caminado y aminorar un posible efecto de la vacuna. Pienso y medito para mi: “He perdido carteras e identificaciones al por mayor a lo largo de los años, y nunca me había puesto a reflexionar en su importancia. La relevancia que esta persona, “José” se llama, le dio a sus documentos legales y el tratamiento casi idílico hacía ellos, me ha dado una gran lección y enseñanza. Después de todo, yo también puedo morir en cualquier momento, en cualquier esquina y mis documentos podrían determinar el destino y tratamiento de mis “despojos mortuorios”. Sale de su vacuna, regresa y agradece las atenciones, le entrego otra agua para el camino de regreso, le tomo la mano mientras le doy un fuerte apretón y le digo que se cuide mucho, no por educación, no por cortesía, verdaderamente se lo digo desde adentro.

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