AMLO: la lucha contra la corrupción y el papel del nacionalismo


Jaime García Chávez

El discurso del presidente López Obrador tiene aún dos  casi inagotables fuentes de inspiración que empiezan a mostrar signos consistentes de impacto en la población. Son la lucha contra la corrupción y el nacionalismo. Explico en breve.
Corrupción. Ha sido constante este tema en la política nacional e internacional. Combatir la corrupción es tarea de largo plazo y de inmediato el amplio público necesita algunos resultados. La exhibición ha comenzado. Justamente el caso de Emilio Lozoya Austin (exdirector de PEMEX) es la primera pócima de alivio. 
Tiene López Obrador a su alcance una buena lista de personajes para irlos incorporando al elenco de indiciados en investigaciones y eventualmente juicios penales en su contra. Aquí, el escenario nacional puede ser que viva muchos momentos que distraerán la atención y harán sentir que la justicia está llegando. 
En un pequeño libro sobre el fanatismo y los movimientos sociales (El verdadero creyente) dice su autor, Eric Hoffer, que “Los movimientos de masas pueden surgir y extenderse sin creer en un Dios, pero nunca sin creer en un demonio.” Por años el hoy presidente estuvo diciendo a su audiencia que los demonios del país eran y son “la mafia del poder”, los “neoliberales”, “los corruptos”, y señalando a Carlos Salinas de Gortari  como su demonio preferido. Le resultó machacar y machacar. No sabemos hasta cuándo le durará el hechizo de este canto.
Nacionalismo. Envolverse en la bandera de la defensa de la nación mexicana es otro recurso que tiene el discurso de López Obrador. Su mejor aliado en esto es la actitud torpe y agresiva de Donald Trump quien no cesa de ofender a los mexicanos y que ahora amenaza con imponer aranceles a las importaciones de México a cambio de “favores” en la política migratoria del sur. Además de las presiones insolentes de Trump, la historia oficial de México que se imparte en educación básica genera por sí misma en los mexicanos un sentimiento antinorteamericano. Con poco tenemos para despertar esa animadversión y Trump ayuda mucho a ello. Por eso este mismo autor (Hoffer) dice con acierto que para todo movimiento “el demonio ideal es un extranjero”. De aquí entonces la oportunidad para el presidente mexicano –con razón justificada–  de agitar el sentimiento nacionalista para apuntar a Trump y enviarle una carta invitando al diálogo, una carta, por cierto, con innecesarias expresiones de machismo (“no soy cobarde”, dice).
No es extraño que ambos aspectos, lucha anticorrupción y nacionalismo, sean una constante de los gobiernos populistas. México cuenta con una gran trayectoria en política internacional con lecciones válidas que le han permitido salir de crisis muy profundas. Ante las agresiones del presidente norteamericano es indispensable echar mano de experiencias notables, entre las cuales se cuentan cómo Benito Juárez enfrentó la Intervención y Lázaro Cárdenas aprovechó las circunstancias internacionales para recuperar la riqueza pretrolera.
Pero, en fin, el banderín nacionalista proporciona al presidente la ocasión para presentarse como paladín del “pueblo bueno y sabio”. La torpeza de uno (Trump) favorece la astucia del otro (AMLO). En el futuro, este tema aportará al presidente mexicano varias oportunidades más de invocar la unidad nacional ante el demonio extranjero. Y mientras esto ocurre, seguimos en ayuno claro y efectivo de una política migratoria del gobierno mexicano en las complejas circunstancias actuales. 
Da la impresión de que en este tema, AMLO y su equipo no saben qué hacer.  ¿Hasta cuándo?

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