La izquierda después del 1º de diciembre


El regreso del PRI al poder presidencial provoca un sinnúmero de reflexiones en todas partes.
No es para menos que sea un punto de partida para emprender el examen de la coyuntura que se abre luego de dos gobiernos de alternancia cuyo balance es desfavorable al PAN y al abanico de intereses que ha representado. Correrá tinta a raudales. Escribo estas líneas a unas horas de que Enrique Peña Nieto se ciña la banda tricolor que recibirá de manos de Felipe Calderón; por tanto, desconozco lo que suceda en la sesión del Congreso general, los posicionamientos de los diversos grupos parlamentarios, el gabinete futuro, y en especial el esperado mensaje que se emitirá no ante la representación política de los mexicanos, sino ante los micrófonos de los grandes medios de comunicación que llevarán a todos los rincones del país las tareas y propósitos bajo cuyos auspicios se inaugura la administración del mexiquense, sin las incomodidades que todo jefe de Estado y de gobierno puede sufrir en un régimen parlamentario, donde las mociones y el debate son la regla de la normalidad política y no la simple apelación a un auditorio silente, sin palabra y hundido en la indolencia y la desesperación.
En lo particular me interesa tomar este momento fronterizo para cuestionar y autocuestionarme sobre el porvenir inmediato de la izquierda mexicana. Estimo que de lo que se haga en los próximos meses o años depende mucho su futuro. Registro un dato: es la izquierda mexicana, sin duda alguna, la formación que más experiencia tiene de lidiar con el priísmo. Cuando digo lidiar me refiero desde los lazos que la han vinculado con éste, por ejemplo, durante la influyente presencia de Vicente Lombardo Toledano, hasta aquellas otras expresiones adheridas al movimiento comunista y al castrismo mismo, por lo que se refiere a los movimientos que han empuñado las armas para transformar al país. En la misma dirección están las insurgencias sindicales, campesinas, estudiantiles, populares, que con diversas visiones se confrontaron durante décadas con los gobiernos del país desde 1929 hasta el año 2000; el primero registra la fundación del ahora PRI y el segundo la derrota presidencial de Francisco Labastida.
Por poner un ejemplo emblemático: la reforma política de fines de los años setenta, preconizada por Jesús Reyes Heroles, en muy buena medida es producto de la confrontación con la izquierda, que encuentra ese tiempo como el de su legalización e incorporación a la lucha política por la senda de la competencia electoral que marcó el adiós a las armas.
En este sentido, la izquierda tiene una rica herencia: conoce, ha sufrido y padecido el poder de los priístas. La circunstancia, claro, es otra. Una pregunta se antoja: ¿Viene una restauración, o nos adentramos de lleno a una normalidad democrática, con todo lo precaria que nos parezca? Si bien no hay muchas voces en favor de la tesis de la restauración, si por tal entendemos el modelo clásico que sobrevino después de las guerras napoleónicas en Europa, en regiones como Chihuahua, donde hubo una transición y alternancia adelantadas, el regreso de los priístas con tres gobiernos al hilo (Patricio Martínez, José Reyes Baeza, César Duarte Jáquez) ha sido tal que marca muy pocas diferencias con el pasado. Y aún más: hay evidencias de que el populismo regresa por sus fueros.
Con lo escrito hasta aquí lo que sugiero es que se debe, desde el balcón de la izquierda, realizar un profundo esfuerzo de interpretación para ver dónde estamos parados, para entender nuestra realidad y discernir las herramientas para transformarla. De inicio subrayemos que no hay más ruta que la democrática, la participación y la construcción de ciudadanía; el propósito frecuentemente olvidado de que necesitamos un Estado fuerte, no un neoautoritarismo, y que la izquierda lo requiere para dar un golpe de timón para un nuevo pacto social en favor de los de abajo, cancelando el individualismo ramplón que ha carcomido la solidaridad para sólo quemar incienso a las tesis más conservadoras de quienes tienen en el mercado a su nuevo Dios –la derecha del PRI y del PAN– hasta ahora hegemónicos en el proceso de transformaciones que ha tenido el país desde fines de la década de los 80s hasta este momento. Las posibilidades de llegar a ese estadio sólo las garantiza un proyecto de izquierdas, pero no en las circunstancias que estas se presentan hoy, cuando se debaten en una simple visión de control de aparatos partidarios y de espacios de poder y concertaciones no decididas desde adentro de los miembros de los partidos, de ninguno.
Un gran problema del país es la incertidumbre. Navega a la deriva y en medio de una gran pugnacidad que puede llevar a lo que algunos pensadores han llamado la quiebra de las democracias y al resurgimiento de nuevos autoritarismos, quizá más feroces, quizá mitigados por la distracción de la política-espectáculo y el aliento a la ética indolora. En este marco me permito sugerir dos o tres cosas que pueden abonar a un nuevo discurso de la izquierda. En primer lugar dejar de lado el privilegio que hasta ahora se le ha concedido a la disputa por el poder presidencial. Me parece una ruta inadecuada que hoy ya se esté pensando en quién va a hacer el candidato de izquierda en 2018. Un proyecto sólo sustentado en la búsqueda del poder fracasa y en eso ya tenemos una vasta experiencia como para estar pensando en hacerla consuetudinaria.
A esto le sumo algo que antes parecía elemental pero ahora se ha olvidado: el problema de la organización de la izquierda no es un tema de qué instrumento o palanca se requiere, es un problema esencialmente político que sólo se salva adecuadamente con la construcción de un partido político. Quienes están pensando en el “movimientismo” auspician el caudillismo, la legitimidad carismática, el aborregamiento antes que la construcción de ciudadanía.
Y, por último: responder con argumentos válidos –y por ello de peso– qué hacer con el PRD y sus liderazgos más reconocidos. El PRD no puede continuar así si quiere trascender a un ciclo largo de innovaciones y reformas políticas para construir el nuevo pacto social. Por donde transita no está muy lejos la estación que antes se llamó PPS, PARM, PST, PFCRN, con todo lo escalofriante que signifique esta visión. Por el lado de sus liderazgos, está claro que personajes históricos como Cuauhtémoc Cárdenas se han de decidir en favor de abanderar una profunda rectificación en favor de un sistema de partidos –empezando por el propio– para desarrollar la democracia, dejando atrás los proyectos que se conforman con la posición de satélites o del reparto de cargos y prebendas políticas dentro del gobierno. Porfirio Muñoz Ledo, si bien experredista, debe poner su talento e inteligencia a algo muy por encima de MORENA donde lo encontramos ahora.
López Obrador se ha desbarrancado hacia una especie de pastoral, ajena por entero al mejor sentido que la política puede tener desde la óptica de la izquierda. Por eso algunos ya lo denominan “Pejehová” y él ha hecho posible el sobrenombre. Hay otros liderazgos: en declive, Amalia García Medina. Lázaro Cárdenas Batel, heredero sin duda de la corriente cardenista que puede jugar un papel significativo. No veo en este elenco a Ricardo Monreal, Manuel Camacho Solís, y sí a Alejandro Encinas, Miguel Ángel Mancera y Marcelo Ebrard. Este último, figura seguramente clave en los años que vendrán. No está demás que esbozemos los polos en torno a los cuales va a ser atraída la personalidad del Jefe de Gobierno. Hacerse líder del PRD, casi con el encargo de realizar todos los trabajos de Hércules para quedar posicionado hacia nuevas empresas de mayor dimensión o, según mi opinión, adentrarse en una actividad en la que se favorezca la emergencia de un liderazgo moderno, de avanzada, de frente al futuro y sin los escollos de las precarias visiones de nuestro pasado, socialdemócrata, contemporáneo por su visión y enclavado con un pie en los problemas nacionales y otro en el mundo que vivimos. Dejar atrás el provincianismo, la estrechez de lo exclusivamente “nacional”.
Para abrir un debate aún más rico de lo que aquí se sugiere, se requiere remar a contracorriente. Es posible y tengo para mí que no hay de otra.

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