POR QUÉ EL 90% DE LOS ADOLESCENTES COMETE ACTOS ILEGALES
Entre los 9 y los 12 años, en el cuerpo humano comienza una revolución. El cerebro se transforma, llenándose de nuevas conexiones que convierten a los niños en seres capaces de pensamiento abstracto y con una capacidad de razonamiento y argumentación entre fascinante y temible. Con esas nuevas habilidades comienzan a explorar su individualidad, a reconocer sus sentimientos y a regular sus emociones.
La adolescencia es la etapa de la vida con mayor potencial, pero también presenta muchos riesgos, especialmente para los chicos. Si durante la infancia, las causas de muerte más frecuentes son comunes para niños y niñas, con las infecciones respiratorias y las diarreas a la cabeza, la situación cambia a partir de los 10 años. Después de esa edad, para las chicas, los peligros siguen siendo los mismos, pero las principales amenazas para los chicos son los accidentes de tráfico y el ahogamiento. Más adelante, a partir de los 15, las complicaciones del embarazo y el suicidio se convierten en la principal causa de muerte femenina, y los accidentes de circulación y la violencia interpersonal la masculina. En todos los casos, la mortalidad masculina es mucho mayor.
Esta inclinación por la vida peligrosa tiene consecuencias, a veces para toda la vida. Los hombres son los responsables de la mayoría de los delitos que se cometen. En particular, una pequeña fracción de ellos, entre el 30% y el 40% de los condenados por delitos no relacionados con las drogas, concentran gran parte de las infracciones. Delinquir es raro durante la edad adulta, pero es normal durante la adolescencia. Según recuerda la investigadora de la Universidad Duke Terrie Moffitt en un artículo que acaba de publicar en Nature Human Behaviour, más del 90% de los adolescentes varones comete actos ilegales. Ese comportamiento antisocial, sin embargo, se corrige casi siempre con el paso del tiempo.
La edad del crimen comienza entre los 8 y los 14 años, alcanza su cumbre entre los 15 y los 19 y se acaba progresivamente entre los 20 y los 29. En esa etapa, cuenta Moffitt, se mezclan dos tipos de jóvenes delincuentes. Una mayoría que solo lo será durante la adolescencia y una minoría que seguirá siéndolo muchos años después. Uno de los estudios más recientes sobre este último grupo, que estudió la trayectoria criminal de individuos con un gran número de condenas hasta los 51 años, mostraba que, además de comenzar a delinquir antes, compartían una infancia marcada por los abusos y la falta de atención por padres y cuidadores. Además, estos delincuentes crónicos suelen cometer una mayor variedad de delitos y de mayor gravedad.
La edad del crimen comenzaría entre los 8 y los 14 años, alcanzaría su cumbre entre los 15 y los 19 y se acaba progresivamente entre los 20 y los 29
En el artículo, que revisa el conocimiento acumulado sobre la materia desde 1993, trata de identificar también quienes son esos pocos adolescentes que no se saltan la ley. Tratándose de una actividad tan normal en los grupos de chicos de esta edad, Moffitt plantea que son algunos de los menos aceptados en su entorno los que pasan la adolescencia sin delinquir. En estudios como el Dunedin, estos adolescentes se describían a sí mismos como excesivamente controlados, faltos de confianza social y tuvieron sus primeras experiencias sexuales más tarde que la media. Moffitt plantea que parte de estos adolescentes pueden ser parcialmente excluidos durante esa edad, pero acaban teniendo más éxito en la vida. En este sentido, la investigadora considera que, aunque sería deseable eliminar la delincuencia también en esa etapa de la vida, duda que sea posible. “Los adolescentes son mucho más motivados e inteligentes que nosotros los adultos”, afirma.
Este tipo de conocimiento podría tener aplicación práctica, por ejemplo, a la hora de identificar a los distintos delincuentes juveniles. Habría que “distinguir los pocos que provienen de entornos desfavorables y tienen mal pronóstico de los muchos que vienen de entornos normales y tienen buen pronóstico”, señalan en el artículo. Después, proponen aplicar el sistema de justicia formal a unos pocos adolescentes de mayor riesgo y otro tipo de enfoques no punitivos para la mayoría, evitando medidas que podrían convertir en delincuentes crónicos a jóvenes que abandonarían el comportamiento antisocial de forma natural. Para los primeros, sería necesario identificarlos desde una edad muy temprana para aplicar intervenciones desde antes de ir a la escuela.
Si comparamos varones con mujeres, hay una gran diferencia en la prevalencia delictiva
“En la mayoría de los casos, los jóvenes van a dejar de delinquir de una forma natural por la maduración cerebral que sucede entre los 18 y los 22 años, ayudados por la inserción en la vida adulta, por la universidad, por un trabajo o por una pareja, muchos intereses que atraen al joven y son incompatibles con una vida de infracción”, explica Santiago Redondo, profesor de criminología y psicología de la Universidad de Barcelona. “En algunos casos, cuando se aplican medidas muy duras, ese desistimiento se colapsa y esos jóvenes pueden ver prolongada su delincuencia”, añade.
En su revisión, Moffitt no se ocupa del comportamiento antisocial de las adolescentes, mucho más infrecuente. “La situación con las chicas es distinta. Según la investigación, muy pocas chicas llegan a convertirse en delincuentes a largo plazo, menos del 1%. Además, el comportamiento antisocial de las chicas está más influido por la edad a la que alcanzan la pubertad y por los novios”, continúa. “Si comparamos varones con mujeres, hay una gran diferencia en la prevalencia delictiva”, coincide Redondo. “En delincuencia adulta en España, pero también internacionalmente, la prevalencia es que por cada mujer adulta que comete delito, lo hacen 10 hombres”, prosigue”. “En el caso de los jóvenes, por cada chica que participa en infracciones no tan graves, lo hacen 5 chicos. En chicas es más difícil de conocer lo que sucede porque como hay menor prevalencia, hay menos datos”, concluye.
Según Redondo, “las razones en la diferencia de la participación delictiva son muy variadas, desde elementos socioculturales que pueden favorecer una mayor agresividad en los varones, además de elementos psicobiológicos, como la forma de reaccionar a las amenazas ambientales. La probabilidad de reacción agresiva de un varón es muy superior y eso tiene que ver con la estructura neuropsicológica, en parte por haber estado más expuesto a la testosterona durante las últimas semanas de gestación”. Además, hay factores de oportunidad, que son mayores para los hombres que para las mujeres. En la adolescencia, los varones propenden a explorar más el ambiente del barrio, los grupos de chicos realizan mayores desplazamientos exponiéndose a circunstancias que se pueden complicar”, indica. “Muchas veces se delinque por estar expuesto a una oportunidad”, remacha.
El trabajo de investigadores como Moffitt o Redondo trata de comprender los orígenes del comportamiento antisocial y, aunque reconocen que no siempre es posible, aspiran a influir en la creación de una justicia mejor para la sociedad y para individuos que pueden ver truncada su existencia por decisiones erróneas difíciles de separar de una etapa de su vida.
Fuente: El País
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