Es difícil que la política híbrida de Trump cambie la realidad cubana


El viernes pasado en un antiguo teatro de la Pequeña Habana, el presidente Trump reveló cambios a la política oficial de Estados Unidos hacia Cuba. A pesar de ser anunciado como una derogación del "trato" que logró el presidente Obama con Cuba, el anuncio fue limitado a definir —de manera un tanto amplia y sin detalles— una nueva dirección general que no llegó a derogar los principios fundamentales de la política de apertura.
Se mantienen en pie los contactos diplomáticos y las embajadas de ambos países, Cuba no vuelve a ser incluida en la lista de países que propician el terrorismo de Estado y las interacciones comerciales en las áreas de telecomunicación, productos agrícolas y farmacéuticos, así como las actividades de las líneas aéreas y de cruceros, continuarán sin interrupción.
Dos áreas de interacción entre las dos naciones sufrirán cambios. Los viajeros norteamericanos que califiquen bajo una de las 12 categoría autorizadas, "pueblo a pueblo", ya no podrán ir a Cuba de manera individual, sino que tendrán que participar en un grupo organizado, patrocinado y acompañado por una agencia ubicada en Estados Unidos que se dedique a ese tipo de viaje cultural.

ALEXANDRE MENEGHINI / REUTERS
Turistas en la Habana Vieja el 17 de junio de 2017.

El otro cambio, probablemente más impactante, será la prohibición para personas y entidades de Estados Unidos de hacer pagos o relacionarse con entidades administradas que sean propiedad del Grupo Empresarial de las Fuerzas Armadas de Cuba ("GAE"). Este grupo tiene un amplio ámbito de actividad vinculado a la industria turística y hotelera. Más allá de estos cambios puntuales, lo más significativo de lo anunciado fue el cambio de tono. Al igual, y tan notable como el cambio de personalidad entre los presidentes Obama y Trump, la nueva política devuelve una nota de confrontación, particularmente dirigida al tema de derechos humanos.
Es difícil pensar que esta "política híbrida", que intenta mantener las bases del deshielo a la par de reimponer medidas punitivas, pueda lograr cambios notables en la realidad política y económica de Cuba. Aparte de abrirle espacio a 90 millas de Cayo Hueso a China y Rusia, los rivales estratégicos de EUA, y de probablemente reducir el número de visitantes individuales a Cuba —el combustible más potente para el frágil sector privado cubano— la nueva política abre la verdadera posibilidad de desencadenar un ciclo de confrontación entre los dos países que eche atrás los avances en la buena fe y popularidad de EU con el pueblo de Cuba.
Estos próximos meses serán críticos para el futuro de Cuba. La muerte de Fidel Castro y el retiro de Raúl Castro como presidente abren la puerta a una nueva generación de líderes cubanos, quienes por primera vez en casi seis décadas no serán veteranos de combates revolucionarios sino administradores, burócratas y académicos. Entrenados en el sistema, pero con una experiencia de vida y expectativa de futuro muy distinto a la de sus predecesores.
Este es el momento para que EU haga eso que lleva a cabo con gran efectividad en todas partes del mundo: compartir sus ideas y vivencias, con amigos y contrincantes. Y dejar que el ejemplo de democracia y mercados libres, con todos sus defectos, hable por sí solo.

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