El periodismo entre Al Capone y El Chapo
Ahora sucede lo mismo: a Penn algunos lo condenan, incluso por no estar en el oficio se le resta credibilidad, lo que se aprovecha para escandalizar sobre una invasión al ámbito del profesionalismo periodístico, como si este fuera un coto cerrado y destinado exclusivamente a grandes iniciados. Además, también están quienes se centran en la personalidad del narcotraficante para insinuar que no son dignos de ser entrevistados sino exclusivamente objeto de la persecución y la denostación. Frente a uno y otro de estos enfoques, hay que decir que el entrecruzamiento entre las disciplinas es tal que podemos encontrar psiquiatras novelistas, médicos columnistas y así prácticamente hasta el infinito. Por otra parte, qué diferencia habría entre entrevistar a un delincuente o a un alto funcionario de la federación en México.
Quiero recomendar una obra de reciente publicación en español. Se trata del libro editado por Christopher Silvester, Las grandes entrevistas de la historia, originalmente publicado en 1993 y en 2015 en Punto de Lectura aquí en México. La recomendación va para los periodistas, ya que este género se puede ver retrospectivamente en notables trabajos, de cara a personajes como –y sólo escojo unos cuantos– Hitler, Mussolini, Stalin, Gandhi, Marx, Picasso y, para no agrandar la lista, al mismísimo Al Capone, el legendario gángster emblema de todo lo que significa delincuencia y violencia. Advierto que cada una de las muchas entrevistas corresponden a periodistas profesionales que están bien registrados en las mejores historia del periodismo. Pues bien, la entrevista al capo de origen italiano fue realizada por Cornelius Vanderbilt Jr. y publicada en el periódico Liberty el 17 de octubre de 1931. Este es un encuentro al que vale la pena ponerle atención. Y cuando digo encuentro, aprovecho para referir que en la Introducción de la obra se define entrevista como “un encuentro cara a cara con el fin de entablar una conversación formal entre un representante de la prensa y alguien de quien éste espera obtener declaraciones para su publicación”, según la definición del Diccionario Oxford. Pienso que el trabajo de Penn se hizo bajo esa divisa y, sin forzar un paralelismo entre la muy conocida que se le hizo a Guzmán Loera y del gángster de Chicago, creo que el talante y fondo de ambas convergen en puntos prácticamente idénticos. A final de cuentas quien lee es el que tiene la valoración concluyente, así sea para las cómodas apreciaciones personales.
Llama la atención el arrojo de Vanderbilt, quien quebró los cristales de una ventana para ser encarcelado por daños y así acercarse a la celda del delincuente en uno de los varios encuentros que tuvo con Capone. No es como aquí, que por lo general, encerrados en una cabina y prácticamente en una torre de cristal, se entrevista y opina con entera liberalidad del tema que sea y en el momento que sea. Ese periodismo se olvida no nada más de los entrevistables fundamentales (casi siempre son los mismos) sino de la realidad misma, a cuyo encuentro casi nunca van. La entrevista de Vanderbilt no fue en secreto, ni resultó sorpresiva para nadie, fue en el hotel donde tenía su oficina el legendario delincuente, en un edificio fuertemente custodiado por la policía, a tal grado que el periodista dio instrucciones de que a partir de cierto tiempo de prolongación del trabajo se le diera por secuestrado, lo que no aconteció, porque él salió de ahí con sus notas (entonces no había grabadoras, ni de audio ni video) para realizar un trabajo tan importante que hoy Silvester difunde en su voluminosa antología de reconocimiento universal, que en criterio de los editores es un reportaje histórico que hoy se puede leer como una novela, y que informa como un periódico actual, desde luego un periódico serio.
¿Qué encontramos en la entrevista de Al Capone? En primer lugar la descripción física del personaje, no los devaneos insulsos de él, del paisaje en el que habita, de la ciudad, escenario privilegiado de la era del Prohibicionismo norteamericano, descrito con tal maestría que efectivamente nos llevan al ámbito de la literatura, ofreciendo al lector algo más que una versión telegráfica de hechos. En la oficina del capo había un retrato de Lincoln, una copia de su oración en Gettysburg, adosadas a las visiones políticas del tiempo mundial que se vivía durante la Gran crisis. No resulta extraño, por tanto, que aborde Al Capone sobre la situación política y económica del gran país; incluso la ausencia de liderazgo que se advertía en aquellos años previos a la inauguración del New Deal del segundo Roosevelt. Así, y sin sonrojos, Al Capone quisiera un Mussolini para Norteamérica, opinión que era muy extendida en el mundo por aquellos años. Si vamos a la miga del tema, Al Capone hace un doble señalamiento, entre muchos otros: en primer lugar lo erróneo de las políticas prohibicionistas (alcohol), y en segundo lugar la implícita explicación de que se está en la delincuencia a falta de otras alternativas laborales para ganarse la vida. Permítanme citar unos extractos de la entrevista: “Somos todos muy listos. Nos gusta salir bien librados de lo que hacemos. Y si no podemos ganarnos la vida con una profesión respetable, nos la ganamos a pesar de todo”, según su propio pensamiento, que sólo aflora para fines de un conocimiento profundo cuando el trabajador del medio hace posible el parto de los conceptos.
A tanto llega el pensamiento personal de Capone que se pronuncia contra la corrupción política, a la vez que detesta el protagonismo mediático. Y algo que me parece muy destacable. Dice Al Capone: “Siempre tengo encima a los chicos de la prensa. Es como si fuera responsable de todos los crímenes que se cometen en el país”. Según Vanderbilt, a una visión así llegó porque era un hombre hábil que a sus 32 años tenía la máquina mejor engrasada que se hubiera visto en Norteamérica. Era un organizador y político capaz.
La entrevista, al igual como sucedió con El Padrino de Mario Puzzo, llevada magistralmente al cine por Francis Ford Coppola, demuestra suficientemente que este crimen organizado, el tráfico de alcohol, la prostitución y el juego, son consubstanciales al sistema capitalista, precisamente como hoy el tráfico de narcóticos y armas, que no se pueden explicar sin el funcionamiento de los estados, sus partidos, sus clases políticas, sus bancos, sus circuitos financieros, sus sistemas tributarios y todo eso que hace posible, en el caso de Al Capone, que únicamente haya sido procesado por una evasión fiscal, y que al realizarse muchos años después un simulacro del juicio, la conclusión de una barra de abogados (no como las que hay aquí) fue que en el tiempo contemporáneo ni por eso lo habrían encarcelado.
Volvamos a la revista Rolling Stone y al trabajo de Sean Penn. ¿Periodismo? Sí. ¿Justificación para rasgarse la vestiduras? No. Mejor sería conjeturar sobre la posibilidad nada remota de que se iba a exhibir al gobierno de Peña Nieto –al que se le escapó Guzmán Loera– por no encontrarlo cuando un particular lo logró, e incluso iba a sorprender al país y al mundo con la publicación antes de su captura. Hoy ya estamos en medio de la banalidad: hasta su condición de paciente de disfunción eréctil está circulando con mucha tinta y muchos pixeles. Esa sí es basura. Porque, a final de cuentas, carecemos de un periodismo que contribuya a aclarar por qué el capo mexicano figura en las listas de Forbes como uno de los más ricos del mundo y nadie sabe dónde tiene su dinero. Y es que eso nos llevaría a tener que explicar la colusión con los grandes banqueros, “hacendistas” del país y financieros globales, la clase política que hoy encabeza Peña Nieto y los altos mandos de las policías y fuerzas armadas. Eso es lo que debieran tener como materia de trabajo nuestros entrevistadores, así tuvieran que viajar al propio infierno.
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