El imaginado túnel de César Duarte

Jaime García Chávez

Como ya es habitual, la pluma de René Delgado realizó un certero diagnóstico de lo que él disecciona como el Presidente y la Presidencia (Reforma, 18/VII/2015), introduciendo un matiz analítico que mucho nos ayuda para la comprensión de la coyuntura mexicana. Para los fines de este artículo, todo lo que se refiere al coagulado sistema de partidos políticos, y sin duda la partidocracia que encabeza el PRI en manos de Peña Nieto, por facultad casi constitucional y por si había duda establecida en el estatuto de la envejecida organización, tiene bastante miga la voz del periodista.

Empecemos por un compendio que demuestra, casi con rasgo de evidencia, el fracaso del peñanietismo: en un error tras otro, se configuran los reveses y perversión de un pacto que derivó en uno de complicidad; una reforma educativa a partir del chantaje, sin el concurso de los maestros y aun en contra de ellos; medidas cosméticas a problemas de inseguridad; la impunidad y corrupción en torno de la Presidencia y de varios gobernadores de diversos partidos sin castigo; una reforma energética en la que no apareció la fila de inversionistas; en fin, se incurrió en el reiterado error de suponer que con sólo cambiar la ley en un país que no cree en las leyes, la realidad se ajustaría al deseo.

Peña Nieto, a mi juicio, ya no emplea ni las variables que puede tener bajo su control y la consecuencia de esto puede redundar –bajo su estricta responsabilidad– en un crecimiento de los enanos que termine por devorarlo. Hablo de sus secretarios de estado, como Osorio Chong y Luis Videgaray, ambos tocados por la corrupción de manera directa; de la gente que se lleva como diputados al Congreso de la Unión y, especialmente, de los gobernadores corruptos que permanecen en la impunidad: dígase Padrés en Sonora, Medina en Nuevo León, y Duarte en Chihuahua. Los dos primeros, de un ramillete más amplio, ya recibieron el castigo en las urnas y tendrán que entregar sus poderes a quien no desearon hacerlo y, dígase lo que se diga, César Duarte es muy probable que reciba igual castigo en la hora exacta del 2016, lo que se deja ver con la brutal caída de la votación del PRI, que no es otra cosa que el rechazo a su gobierno, aunque él hoy por hoy y en virtud de una distritación se alce con ocho de las nueve demarcaciones electorales del estado. Además, ha fraccionado a su propio partido en la muy obvia exclusión de un importante grupo, como el de Fernando Baeza, que apadrina a Marco Adán Quezada como aspirante a la gubernatura.

Muchas veces nos hemos preguntado si la política obedece a una lógica racional, sólo para desengañarnos que eso existente en las democracias avanzadas, y sólo hasta cierto punto, aquí es suplantada por el capricho de la caterva gubernamental. Señalo esto porque se observan en la coyuntura hechos de este corte: un Peña Nieto que le brinda reflectores, y a su lado un político corrupto como César Duarte, y va más allá al hacerse fotografiar con los cómplices de éste, como es el caso de Eugenio Baeza Fares. Lo lleva a París, donde seguramente le sangraron los oídos al escuchar la Marsellesa, y ahora da pábulo para que se piense que puede ocupar un alto cargo federal, dependiente directamente del Estado, trátese de una secretaría o de la propia presidencia nacional del PRI.

Una decisión de ese tipo nos diría que, siguiendo la línea de argumentación de René Delgado, Peña Nieto ya no logrará mejorar el balance final de su gobierno, terminando en la ruina y la debacle. A eso llevaría otorgarle a César Duarte responsabilidades para las que no ha demostrado capacidad alguna (electoralmente, ya lo dijimos, no es buen recaudador de votos, tampoco partidario de inclusiones ecuménicas), y de paso hacerse acompañar por una figura más que se puede sintetizar de esta manera: ahí está Peña Nieto y su Casa Blanca; ahí está Videgaray con su casa de Malinalco, y vean ustedes a César Duarte, el que compró un banco a través de mecanismos típicos de la corrupción política, con todo y su investigación ante la PGR.

Sumado a todo esto, para que no se preste a equívocos de ninguna especie, la precaria calidad de un gobierno que a resumidas cuentas en las calles de toda la república se considera como un naufragio. Imaginemos por un momento a César Duarte con el timón del PRI en sus manos y a Javier Corral abanderando al PAN desde la presidencia. Cualquiera que se ajuste a la lógica no lo haría, pero ya sabemos del divorcio de Peña Nieto con esta disciplina.

Pero en un país en el que la irracionalidad y el utilitarismo más ramplón impera, al igual que lo practicó Hitler, para los políticos del corte de Peña Nieto la corrupción es positiva, porque obliga a los componentes del sistema, cuando sus corrupciones se han descubierto, a prestar una obediencia incondicional, como lo describió Lukács en su obra El asalto a la razón. Por mi parte, y quizá por un exceso ingenuo de lógica, soy de los que piensa que César Duarte ha manipulado sus posibles ascensos y que han sido útiles a una retórica del engaño (otra vez se quiere caer para arriba, no le basta su desastre en Chihuahua). Todo puede suceder, como lo sabemos después de la fuga de El Chapo Guzmán, y hasta puede ser que ya le hayan maquilado su propio túnel a Duarte para que se evada. Pero ahí donde vaya, tras él irá la lucha de Unión Ciudadana hasta lograr que rinda cuentas a la sociedad y pague uno a uno sus delitos, así sea esto hoy, mañana… o pasado mañana.

Lo que la ciudadanía de Chihuahua debe pensar aquí y ahora, es que ante cualquier eventualidad tendrá que recuperar su soberanía y no permitir, de ninguna manera, que un indigno Congreso local suplante su voluntad.

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