2013: energías de arriba; energías de abajo.



Diciembre más que cierre fue principio. Principio de sexenio, de la estrategia priísta por asentar en Los Pinos un reich de mil años.
En pocos días, la blitzkrieg política , de Peña Nieto y su partido como ingeniosamente apunta Lorenzo Meyer, montó la escenografía básica para darle margen de maniobra suficiente al nuevo gobierno.
También en diciembre se manifestó con fuerza la revuelta de los jóvenes contra la imposición de Peña Nieto y luego la protesta más amplia contra la represión a los manifestantes. Se intensificaron las protestas de los indígenas Ikojts y binnizá del Istmo de Tehuantepec contra la empresa de energía Mareña Renovables y de la comunidad de Huexca contra el gasoducto en Morelos. El día 21, cuarenta mil bases zapatistas irrumpieron con la elocuencia de su silencio en varias comunidades de Chiapas para manifestar una presencia que nunca se ha marchitado.
En estos albores del sexenio recorren al país dos formas de energía social opuestas. Una energía que parece nueva, la del priísmo restaurado, con una iniciativa y una dinámica que ha admirado a más de uno. El PRI-Gobierno (expresión que vuelve a cobrar actualidad) con habilidad de la que carecieron los panistas ha empezado a tejer su telaraña en las alturas de la clase política y de los grandes poderes económicos. Con la conformación del gabinete, con el Pacto por México, con la reforma laboral corregida y aumentada a Calderón, con el presupuesto de egresos y la reforma educativa, ha mostrado que es diestro en manejar las herramientas para ganarse a algunos adversarios, mostrar intenciones de cambio que lo legitimen hasta en tanto no sean desmentidas por los hechos. Por lo pronto, para el oligopolio televisivo y el grueso de la clase política de todos los colores, ser reticente o peor aún, crítico, de las primeras acciones del peñanietismo es equivalente, a apostarle sólo a lo negativo, a no estar dispuestos en llegar a compromisos por la Nación.
Pero pronto se descubre que esta energía no es más que la misma de siempre con otro rostro. El pacto de Peña Nieto de inmediato muestra su verdadero valor: dos pesos con cuarenta y tres centavos: el irrisorio incremento del salario mínimo a fin de año, luego de haberse deteriorado su poder adquisitivo un 43% bajo Felipe Calderón. Para y con los trabajadores no hubo invitación al acuerdo. Más bien, la exclusión de su mejora salarial es efecto colateral del pacto de los poderosos.
La energía del peñanietismo y sus aliados tácticos o estratégicos, es, pues, la energía reciclada de las cúpulas, originada en los votos y en el trabajo del pueblo y absorbida por unos cuantos para su propio beneficio y en contra de las mayorías. Puede parecer fulgurante en algún momento, pero por su carácter excluyente genera desgaste continuo, entropía galopante.
Frente a este fluir engañoso de la energía de arriba, bullen, dispersas otras energías de muy diversa sustancia: las fuerzas alternativas, contestatarias, que cuestionan el sistema capitalista y el modelo civilizatorio que ha edificado; impugnan, también, el origen, y el propósito del priísmo en restauración, de la continuidad del neoliberalismo por cinco sexenios. Son las energías emergentes de la resistencia secular o reciente; las que generan nuevos modos de vivir y convivir.
Esas energías de abajo son tan diversas que pueden incluso parecer opuestas entre sí, pero encierran una gran potencialidad de confluencia estratégica. Está ahí en primer lugar el EZLN con sus bases siempre presentes, gritando su palabra o su silencio, defendiéndose de los ataques externos continuos, desarrollando alternativas de vida comunitaria, de civilización, ante el derrumbe de las certidumbres de la globalización neoliberal.
Figuran también los jóvenes del #yo soy 132, movimiento que actualiza y da color local a la revuelta global de los indignados, luchando contra la imposición, contra el control oligopólico de las telecomunicaciones, contra la represión, por una sociedad de libertades y oportunidades.
A contracorriente de las cuentas alegres sobre la inflexión de la violencia en nuestro país, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, sigue poniendo el dedo en la llaga de la impunidad, haciendo memoria del dolor de miles de víctimas de una guerra que no se ve como Peña Nieto vaya a acabar. Resaltando, ahora tanto en México como en los Estados Unidos los grandes engaños, hipocresías y complicidades de la “guerra contra el crimen organizado”.
Energía que brota por todos los rumbos del país es la de las comunidades que defienden su territorio, su agua, sus recursos naturales, en contra de las mineras extranjeras, de los proyectos de centrales hidroeléctricas o eólicas. Son energías que van conformando un kaleidoscopio luminoso con las luchas de los indígenas de la costa oaxaqueña, de los wirárika, de los yaquis, de los campesinos norteños, de los ambientalistas potosinos, de los campesinos ecologistas guerrerenses, o de la confluencia ciudadana contra los transgénicos, o en pro de la democracia del agua.
También forma parte de este magma de energías desde abajo como diría Castoriadis, el proyecto del MORENA. Hay en él abnegación, mística, voluntad de construir una práctica política diferente, alternativa, junto al pueblo. El gran desafío es que el esfuerzo partidario no eclipse la fuerza movimientista, que la energía emergente no se contamine de la vieja energía de la clase política, pletórica de efectos perversos.
La contundencia de todas estas energías desde abajo no reside en que sean subsumidas en un proyecto desde arriba, como si fueran algo pre político. Sí está en que a su poder de resistencia conjunten nuevos modos de relación entre las personas, las comunidades, la naturaleza y la técnica; que eleven su capacidad de comunicación y de conciencia de manera flexible y horizontal. Su éxito no tendrá como indicador principal un triunfo electoral, sino la tranformación cotidiana de la sociedad, del poder y de la cultura.
Que estas energías desde abajo resistan, crezcan, creen y se multipliquen, es nuestro mejor deseo para 2013.

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