2021: proyectos de poder
Jaime Garcìa Chàvez
El poder, sin más, el poder. Esa parece ser la divisa de la clase política decadente, la que alentó en el pasado, desde las oposiciones, un proyecto transicional a la democracia y se quedó en la primera estación donde encontró un nicho de confort. Chihuahua es un ejemplo aleccionador de estas afirmaciones y cada día que pasa y nos acerca a la elección local de 2021, vamos a ir observando los hechos que confirman el aserto expreso en este texto.
Pero no es un fenómeno con determinaciones estrictamente locales. Hay que ver la escena nacional para explicarnos este cúmulo de hechos, pues no son condicionamientos puramente localistas. En el telón de fondo de este escenario encontramos la quiebra del sistema de partidos que se suponía, a partir de los años ochenta, se afianzaría en aras de una democracia consolidada. En 2018 los tres grandes partidos –PRI, PAN, PRD– cayeron por tierra frente a un partido-movimiento de recientísima creación. Casi un fenómeno insólito.
Los partidos tradicionales tardarán en consolidarse y es previsible que algunos puedan desaparecer. A contrapelo de esto, MORENA puede, más como movimiento que como partido, fijar una hegemonía con raíces profundas en el liderazgo carismático de Andrés Manuel López Obrador, lo que significaría que un proyecto de democracia liberal avanzado quedaría pospuesto hasta las calendas grecas. Ese hecho se va a reflejar en cada una de las entidades federativas donde se celebren elecciones en los próximo e inmediatos años. En consecuencia, habrá proclividad de apoyar liderazgos regionales débiles, o surgidos de última hora, que muy poco le dirán a los electores en la vida cercana que se da en lo político en los estados y no se diga en los municipios.
A esto hay que sumar que sobre el país se abaten vientos de autoritarismo y de reproducción del poder, tal y como lo conocimos, en medio de una sociedad y ciudadanía cansadas. Quizá esto podría alimentar que las oposiciones al proyecto de López Obrador pudieran hinchar sus velas para navegar, pero es probable que el fenómeno en marcha de polarización y pugnacidad reduzca las posibilidades por el peligro de enfrentamientos de dimensiones insospechadas.
En todo esto se deja sentir que las leyes empiezan a ser consideradas un estorbo y se les violenta, en ocasiones directamente, y en otras con el disfraz del fraude a la ley que trae implícita la simulación, tal y como lo estamos viendo en el balcón chihuahuense con rumbo a la elección de 2021 en la que se decidirá un gobierno sexenal, nueva legislatura, ayuntamientos y sindicaturas.
Veamos a los partidos en su fotografía local. El PRI –después de Patricio Martínez, Reyes Baeza y César Duarte– es prácticamente una entelequia, a lo más un rompecabezas de diez mil piezas, abstractas y concretas, prácticamente imposibles de armar. Se puede decir que como partido es inexistente, carente del más mínimo respaldo político-moral, sin liderazgos confiables y con la enfermedad de los paquidermos que se mueven con dificultad y que más bien buscan la caverna en la que han de morir.
El PRD se convirtió en un partido palero. La entrega ante Duarte que realizaron Hortensia Aragón, Héctor Barraza y Pavel Aguilar les garantizó una buena sepultura, barata, por cierto. En la misma línea partidos como Movimiento Ciudadano y del Trabajo no pintan, son simples apéndices que se dejan atraer por la ley de gravedad del “quién da más”. De tal manera que esto significa que lo previsible es, en términos partidarios, un encuentro que puede tener dos desembocaduras: la primera, que sea una colisión entre el PAN y MORENA como expresiones partidarias, o –esta sería la apuesta fundamental– la emergencia de un proyecto regional de raigambre ciudadana, democrática, federalista y de recuperación de esa amplia gama de sectores que hoy se encuentran en la precariedad económica.
En el primer escenario MORENA lleva la ventaja de ser el partido que con más fuerza ha combatido al conservadurismo de Acción Nacional y, sobre todo, el profundo fracaso de la administración de Javier Corral, que no le redituará votos al partido azul porque no hay ninguna base plausible que le brinde sustento. Corral se convertirá en el devorador electoral de su propio partido, y aunque se haga galileo jamás podrá demostrar que previo a un sin embargo el PAN se mueva hacia un triunfo en las urnas.
MORENA lleva la desventaja de no ser un partido político; además, la presencia de Andrés Manuel López Obrador no ejercerá la atracción gravitacional del 2018, y entonces sus figuras destacadas tendrán que ir a la lisa con sus propios arrestos, sus propios méritos y también exhibiendo sus limitaciones, sus debilidades y sus miserias, últimamente tan comentadas.
Es cierto que a lo que he escrito se le puede tildar, y con razón, de conjeturar de lo que puede o no puede suceder, lo admito. Pero una aproximación a través de las personas y ciudadanos que andan a la búsqueda del poder nos dice más del futuro previsible. Veamos esto a la luz del prisma de cuatro personas que ocupan la escena.
En primer lugar, encontramos a la señorita María Eugenia Campos Galván, indiscutiblemente la carta más fuerte del PAN para la candidatura. Frente a ella Corral puede ser factor, Madero también, pero es previsible que ni los dos juntos puedan defenestrarla, en primer lugar, porque no tienen una figura de reemplazo. La alcaldesa, aparentando que gobierna –en realidad ha delegado esa función en un equipo– se dedica a lo suyo, al proyecto grande y con varias aristas.
Una red de personas e intereses que trascienden al estado mismo ven en ella la posibilidad de derrotar al lopezobradorismo en ruta a la carrera presidencial. Se trata de los viejos intereses que quieren regresar por sus fueros. Es una derecha política de los duros, hasta de los simpatizantes del fascismo. Hay dinero y ambición con objetivos precisos y una acción concertada con unidad de propósitos. La señorita recorre el estado, conversa con empresarios, con los ficosecos, y hasta recibe el agua bendita que expende el obispo “Ausencio” Miranda Beckman en actos de gobierno en los que se violenta el Estado laico, discriminando de paso a los muchos evangélicos que moran aquí en la entidad. De que se mueve, se mueve y, lo reconozco, sabe vender bien su imagen.
Enfrente, ¿a quién tiene? A su antiguo correligionario, el esquirol Cruz Pérez Cuéllar, que conserva su alma azul y se tiñe de piel MORENA, y que al igual que la alcaldesa, están inmersos en actos de corrupción ante los que Corral claudicó, pensando que había adversarios pequeños. A Pérez Cuéllar le reconozco habilidades, pero no tiene arrastre para ganar. Está como Armando Cabada, el tercer actor, que teniendo como plaza fuerte Ciudad Juárez, sus orígenes, sus ligas oscuras y sus pretensiones, si es que se mantiene como independiente, encontrarán una base electoral muy debilitada. No ha sido ni será profeta en su tierra.
Otro, el último, Juan Carlos De la Rosa, está verde, muy verde.
Lamentablemente en Chihuahua tenemos una ciudadanía invertebrada. He propuesto, y lo sostengo, que un gran movimiento para remover a Corral y su quinquenio del desastre podrían ser la base para imaginar las elecciones de 2021 sobre nuevos derroteros, porque lo que tenemos hasta ahora son simples proyectos de poder, con ropajes conservadores y con fuerte amenaza de derechización. La oligarquía acecha y no pierde tiempo.
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